lunes, 27 de febrero de 2012

La verdad sobre el "Garrafón"


Aunque muchos penséis lo contrario, son pocos los bares de copas en los que sirven garrafón o al menos eso dicen los datos del Laboratorio de Salud Pública del Ayuntamiento de Madrid.

Sea como fuere, gracias a la ciencia podemos descubrir si el contenido de una botella es lo que indica su etiqueta.

Una noche cualquiera entra el inspector a un local nocturno, obviamente sin avisar. Después de identificarse, pide la botella empezada (por ejemplo de ron) que está en la vitrina detrás de la barra, dividiendo su contenido en tres partes iguales.

La primera parte se la entrega al dueño del establecimiento, las otras dos (junto con la botella y lo que haya sobrado) van al laboratorio, todo en bolsas individuales precintadas. Los presentes firman y se levanta un acta de la intervención.

Así es como empiezan las investigaciones que el organismo municipal de Madrid realiza frecuentemente para detectar posibles fraudes en las bebidas alcohólicas.

Los inspectores, además de tomar las muestras, revisan los albaranes, las facturas, los almacenes y otras dependencias del local, e incluso la basura. La ausencia de determinadas marcas en los contenedores de vidrio podría indicar que algunas botellas se están reutilizando o rellenando.

En cualquier caso solo se detecta fraude en el 1% o menos de los análisis que se realizan, según confirma Alberto Herranz, el director del Laboratorio de Salud Pública de Madrid.

En los últimos tres años se han examinado anualmente unas 140 muestras y prácticamente todas se correspondían con la bebida original que marcaba la etiqueta.

El por qué se toman tres fracciones durante la inspección es por los siguientes motivos: una para el análisis por parte del equipo que hace la inspección, en este caso el Laboratorio de Madrid Salud, otra que se deja en posesión del propietario del local, por si quieren hacer un contra-análisis en caso que no estuvieran de acuerdo con los resultados de la inspección.

La última solo es necesaria en casos especiales, lleva a cabo análisis de forma independiente por parte del Laboratorio Arbitral Agroalimentario, dependiente del Ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.

Cuando llega el material al laboratorio lo primero que se comprueba es que la botella requisada sea igual que la original: dimensiones, vidrio, tapón, dosificador, precinto de hacienda legal, etiquetas correctas, bandas características si las tiene, y se pone especial atención en el número de lote, a veces éste viene rayado.

Después se realizan los análisis físico-químicos, que consisten en la determinación de tres parámetros: grado de alcohol, color y componentes volátiles.

Con respecto al grado de alcohol se utiliza un destilador automático y un densímetro digital. Cuando aparecen muestras con un grado de alcohol superior o inferior al que indica la etiqueta suele ser porque se ha añadido etanol o agua, respectivamente, a la bebida.

Una valoración del color se aplica sobre todo a las bebidas oscuras como pueden ser el whisky, brandys o el ron, ya que las distintas marcas presentan tonalidades características.

Para esta prueba se coloca la muestra en una pequeña cubeta de cuarzo y se somete a la luz que emite un espectrofotómetro con una longitud de onda de 420 nanómetros.

Para sacar conclusiones es necesario comparar los resultados con el patrón de referencia, si la absorbancia es superior al patrón, se ha añadido colorante o caramelo, y si fuera inferior, agua.

La tercera prueba consiste en la determinación de los componentes volátiles (aldehídos, ésteres, metanol y alcoholes superiores) por cromatografía de gases.

Los datos aparecen en forma de gráfica con picos, en el que cada uno se corresponde con un compuesto. Al comparar con el patrón, si, por ejemplo, sale un alcohol que no debería estar, es que se ha producido una adulteración en la bebida.

Como habéis podido comprobar es muy importante, a la vez que útil, trabajar con los patrones de referencia para realizar las comprobaciones. Los proporciona el propio fabricante o los consiguen a través de la Federación Española de Bebidas Espirituosas.

Aunque pensemos que nos están colando garrafón, existen otros factores desde la tolerancia de cada persona al alcohol hasta la higiene del local (vasos sucios o con restos de jabón).

Aun así, para los desconfiados, la posibilidad de la denuncia siempre va a estar ahí y seguro que los señores inspectores están deseando cumplir con su trabajo.

sábado, 11 de febrero de 2012

Tres factores que influyen en tu suerte, según Richard Wiseman


Ni cruzar los dedos, ni tampoco evitar pasar por debajo de una escalera. Tampoco buscar un trébol de cuatro hojas. Ni siquiera esquivar un gato negro. Para llamar a la buena suerte hay formas mucho más científicamente refrendadas.

Acostumbramos a cometer dos errores fundamentales a la hora de valorar nuestra suerte. El primero es pensar que somos responsables de nuestra buena suerte, pero no solemos creer que somos responsables de nuestra mala suerte. El segundo es que la suerte sólo favorece a aquéllos que están en el lugar adecuado en el momento adecuado, cuando en realidad todo depende de tener la mentalidad adecuada: prestar atención a las oportunidades que se nos presentan y exprimirlas.

Richard Wiseman es un académico inglés bastante particular. Está a punto de cumplir cincuenta años, es calvo y tiene perilla, lo cual le da cierto aire de actor de cine, y también es un enamorado de la magia: de adolescente formó parte del célebre Magic Circle de Londres y actuó en el legendario Magic Castle de Hollywood. Con todo, Wiseman trabaja en la Universidad de Hertfordshire, en el sur de Inglaterra, y ocupa la única cátedra que existe en el Reino Unido de Entendimiento Público de la Psicología.

Además de ser un eterno investigador de los entresijos de la conducta humana, también fue el buscador del chiste más divertido del mundo y de la frase para ligar más ingeniosa. Y se ha convertido en uno de los grandes estudiosos de la suerte (incluso ha fundado la llamada Escuela de la Suerte). A su juicio, sólo el 10 % de nuestra existencia es aleatoria; el 90 % restante se define por nuestra forma de pensar.
Wiseman dedicó una década a estudiar a las personas que se consideraban afortunadas, así como a las personas que se consideraban desafortunadas. Llegó a la conclusión de que hay básicamente tres factores para explicar por qué las cosas buenas siempre pasan a las mismas personas, que fueron desarrolladas en su obra Nadie nace con suerte.
Primer Factor: los individuos con suerte acostumbran a hacer caso a sus corazonadas. Los desafortunados ignoran su propia intuición y luego se arrepienten de la decisión tomada. Con la suerte se pone en funcionamiento la inteligencia intuitiva que defiende Malcolm Gladwell en su libro titulado, precisamente, Inteligencia intuitiva.

Segundo Factor: los individuos con suerte perseveran cuando sufren un fracaso, mostrándose siempre optimistas: acostumbran a pensar que sucederán cosas buenas.

Tercer Factor: los individuos con suerte tienen la habilidad de convertir la mala suerte en buena suerte. Ante la obligación de llevar a cabo un cambio, los afortunados suelen afrontar el cambio como algo deseado o positivo. Los psicólogos llaman a esta capacidad «mentalidad de inversión»: poder imaginar al instante que las cosas podrían haber sido mucho peores, pero que afortunadamente no lo son.

Ben Sherwood, en su libro El club de los supervivientes, abunda en esta sensación refiriéndose a lo que ocurrió entre los atletas que participaron en los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona, que fueron estudiados por los psicólogos de la Universidad de Cornell: los ganadores de la medalla de bronce eran más felices que los atletas que ganaron la medalla de plata, «resultó que los medallistas de plata se sentían muy frustrados al pensar que “estuvieron a punto de ganar la medalla de oro” No contextualizaron su gloria en el triunfo sobre otro deportista olímpico, sino en su derrota en la final.»

jueves, 9 de febrero de 2012

Edison y su obesión por crear un mundo de hormigón


Joseph Aspdin (diciembre? de 1778 – 20 de marzo de 1855) fue un fabricante de cemento, británico, que obtuvo la patente del cemento Portland el 21 de octubre de 1824.El nombre de Portland se lo puso para sugerir que era tan atractivo y duradero como la piedra de Portland.

No preguntarse cómo logró Aspdin inventar un cemento tan extraordinario, pues es todo un misterio: su proceso de fabricación precisa de tantos pasos que asombra que alguien, un día, le diera por seguirlos todos a rajatabla. Algo similar a lo que ocurre con el invento del pan. Sea como fuera, Aspdin se hizo rico con su invento.

Cuando Edison se enteró de aquel invento, empezó a obsesionarse con el cemento, quizá una de las obesiones menos conocidas del inquieto inventor. Así pues, ni corto ni perezoso, Edison constituyó la Edison Portland Cement Company y construyó una planta gigantesca próxima a Stewartsville, Nueva Jersey. En 1907, Edison eran nada menos que el quinto productor de cemento del mundo.

Sin embargo, el sueño de Edison no era usar el cemento para construir el primer tramo de autopista de hormigón del mundo (como ya hizo) sino para confeccionar casas, enteras, por dentro y por fuera, en serie, completamente de hormigón.

Un molde completo de hormigón con todo lo que debería tener una casa: suelo, paredes, lavabos, fregadores, armarios e incluso los marcos de los cuadros. Imaginaos: bastaba con crear un molde de una casa completa y, a continuación, ir vertiéndole un flujo continuo de hormigón. Se construirían casas en pocas horas, y a precios muy económicos. Hasta las paredes podrían tintarse para no tener que pintarlas nunca. Un lujazo que Edison aseguraba que podría comercializar por solo 1.200 dólares (un tercio del precio de una casa convencional del mismo tamaño). Incluso prometió que pronto ofrecería una cama de matrimonio para casas convencionales por solo 5 dólares; una cama que nunca se estropearía.

Sin embargo, Edison se topó de bruces con unos problemas técnicos imprevisibles, según cuenta Bill Bryson en su libro En casa:
Era un sueño descabellado e irrealizable por completo. Los problemas técnicos eran abrumadores. Los moldes, que por supuesto eran del tamaño de la casa, resultaban ridículamente engorrosos y complejos, pero el auténtico problema estaba en rellenarlos sin contratiempos. El hormigón es una mezcla de cemento, agua y conglomerados (es decir, gravilla y piedras pequeñas) y los conglomerados tienden, por su propia naturaleza, a hundirse. El reto de los ingenieros de Edison era formular una mezcla lo bastante espesa como para que los conglomerados se mantuvieran en suspensión desafiando a la gravedad y que, además, al endurecerse adoptara una consistencia lisa y uniforme de calidad suficiente como para convencer a la gente de que estaba comprando una casa, no un búnker. Era una ambición imposible. Los ingenieros calcularon que, aun en el caso de que todo saliese bien, la casa pesaría más de doscientas toneladas, lo que provocaría tensiones estructurales de todo tipo.