miércoles, 28 de mayo de 2008

PROFETAS SÍSMICOS Animales que predicen catástrofes


El reciente maremoto del océano Índico dejó tras de sí miles de víctimas humanas. Pero en el Parque Nacional de Yala, en la castigada costa oeste de Sri Lanka, no se encontró ni un solo animal muerto. Todos lograron ponerse a salvo. ¿Percibieron señales que los turistas no fueron capaces de identificar? ¿Pueden los animales anticiparse a las tragedias? La comunidad científica busca respuestas.

Las aves se congregaron en bandadas y volaron hacia el interior de las llanuras que cubren la mayor parte de los 1.300 kilómetros cuadrados del Parque Nacional de Yala, en Sri Lanka. Los elefantes emprendieron una retirada hacia las montañas. La fauna del parque parecía atender a una extraña llamada. Búfalos, ciervos y sambares siguieron los pasos de los paquidermos. Todos, parecían oír la misma `voz´. Todos menos los turistas que recorrían el parque. Poco podían imaginar que en ese momento, a pocos kilómetros de allí y bajo las aguas del Índico, se acababa de producir el mayor terremoto registrado en la Tierra desde hacía 40 años. Las olas comenzaron su avance. Dos horas después llegaban a las costas de Sri Lanka penetrando tres kilómetros y medio hacia el interior con una fuerza devastadora. Los hoteles de la costa quedaron destruidos. Y al menos 60 turistas perecieron. Pero en el parque no se encontró ni un solo animal muerto. ¿Percibieron los animales el peligro a miles de kilómetros de distancia? ¿Qué señal les llegó para que tuvieran tiempo de ponerse a salvo?


Los científicos llevan siglos buscando una explicación lógica a estas manifestaciones animales. Sin embargo, las investigaciones de geólogos y zoólogos van coincidiendo en las explicaciones. Cuando se genera un terremoto, se desencadenan alteraciones físicas en la superficie terrestre. En primer lugar, se producen cambios en el equilibrio eléctrico del aire cuando los movimientos tectónicos liberan cargas eléctricas por la flexión de los minerales. En segundo lugar, el movimiento y la fractura de la corteza terrestre producen gran cantidad de ruido; ondas sonoras de bajísima intensidad que se adelantan al seísmo como aviso de la ruptura. Después, hay un afloramiento de gases subterráneos, especialmente de gas radón, que permanece en el subsuelo antes de los grandes terremotos. En cuarto lugar, cuando el calor generado por la fricción y la ruptura de las rocas alcanza las aguas subterráneas, se genera un vapor que escapa a la atmósfera formando nubes serpentiformes. Por último, la actividad sísmica origina cambios en el magnetismo terrestre.

Todas estas circunstancias provocan variaciones eléctricas, magnéticas, sonoras, visuales y olfativas. Y todas son perceptibles por los sentidos, siempre y cuando éstas sean lo suficientemente agudas. Y es ahí donde los animales nos llevan ventaja. De todas estas variaciones, los hombres sólo percibimos las visuales, pero las nubes de los terremotos no siempre se producen y, en caso de hacerlo, habría que saber interpretarlas. El resto de las señales se nos escapan. El oído humano es sensible a las ondas sonoras entre 1.000 y 4.000 ciclos por segundo (CPS), mientras que los infrasonidos previos a un seísmo suelen ser de unos 100 cps.

Sin embargo, para algunos animales, como los elefantes, estos infrasonidos están dentro de su rango auditivo y son de uso diario. En las sabanas de África, los guardas del siglo pasado comentaban que existía una extraña percepción entre los grupos de elefantes de una zona. Cuando se cazaba a alguno, el resto de las manadas del área desaparecía. A fines del siglo XX, la científica Joyce H. Poole descifró el enigma. Por medio de infrasonidos, los elefantes pueden comunicarse a kilómetros de distancia. Así que su oído está preparado para oír la llamada de alerta de la Tierra cuando se quiebra su superficie.

Detectar el olor de los gases emitidos por la corteza terrestre también es una tarea fácil para algunos `especialistas´. Mientras nosotros tenemos cinco millones de células nerviosas olfativas, un perro posee unos 220 millones. Y la capacidad de percepción de cada una de ellas es muy superior a las nuestras; tanto, que los científicos estiman que el olfato de un perro es un millón de veces superior al humano.

Con los cambios en las condiciones electromagnéticas de la superficie terrestre sucede lo mismo. Las aves migratorias se guían por estos campos de energía y algunas, como las marinas o los petirrojos, detectan ínfimos cambios en el magnetismo terrestre. Por último, los seísmos generan vibraciones que se trasmiten por el suelo y el agua a miles de kilómetros de distancia. Y como sismógrafos de precisión, ciertos animales las perciben y diferencian, por su frecuencia e intensidad, de las miles de vibraciones diarias.

Ese `sentido de la vibración´ es el que permite a las abejas facilitar las coordenadas de un campo de flores a sus compañeras o el que ayuda a que un petirrojo diferencie los movimientos de sus congéneres de los de un gato que se acerca. Entre los animales este sentido es un medio de comunicación más. Es fácil, pues, imaginar que el mensaje de un terremoto de intensidad 9 les llegaría fuerte y claro. Pero aún quedan más preguntas. Cuando las olas asolaron el Parque Nacional de Yala, ¿cómo se enteraron los animales que no tenían oídos infrasónicos o `sentido de la vibración´? Tal vez la vida de la selva nos dé la respuesta.

Cuando un predador anda de caza, la selva se calla a su paso. Se produce un silencio en un lugar donde cientos de sonidos componen un todo. Este mutismo se debe a las llamadas de alerta que emiten algunos animales vigías. En India y Sri Lanka son los monos langures, pavos reales y sambares -un tipo de ciervo- los que gritan estas voces. Tal vez, tras la percepción de los grandes `especialistas´ sensoriales, como aves marinas, elefantes, leopardos, perros y gatos domésticos, el resto de los habitantes de Yala recibió el aviso y se puso a salvo. Todos, menos los humanos.

viernes, 23 de mayo de 2008

La ‘tormenta perfecta’


Se fraguó sobre Urano y tiene la misma extensión que Estados Unidos

Urano, el planeta descubierto en 1781 por William Herschel, era hasta ahora un lugar poco interesante, pues su atmósfera no parecía presentar nada destacado, salvo nubes de metano. Pero las últimas imágenes de este cuerpo, 4,5 veces mayor que la Tierra, han deparado sorpresas. Investigadores de la Universidad de Madison (EE.UU.) han fotografiado por primera vez una tormenta sobre él, que ocupó ocho millones de km2, una superficie similar a la de Estados Unidos, y fue tan virulenta que arrasó todo lo que encontró a su paso.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Rescate en el fondo del mar


A 130 millas de la costa gallega, frente a las islas Cíes, yace el ‘cadáver’ del Prestige, el petrolero que, en noviembre de 2002, cubrió el océano Atlántico con un manto de 54.000 toneladas de fuel. Sus bodegas aún guardan 13.000 más.

Un problema negro y viscoso. El pecio, que está tumbado sobre un lecho de arenisca a 4.000 metros de profundidad, soporta 383 bares de presión y 2,6 grados de temperatura, lo que provoca que el fuel tenga una altísima viscosidad, un problema más a la hora de extraerlo y llevarlo a la superficie. Tras contemplar diferentes opciones, la empresa Repsol (encargada del rescate) ha elegido un método que consiste en practicar unas aberturas en el casco y colocar en ellas válvulas para controlar la salida del petróleo. Sobre esos resquicios se pondrán unas bolsas que recogerán el crudo y lo llevarán al exterior. Allí, mediante bombeo, se trasladará a las bodegas del petrolero Odín, el encargado de ponerlo a buen recaudo.

lunes, 19 de mayo de 2008

Manadas: La fuerza de la unión


La experiencia de miles de años ha enseñado a las especies que vivir en grupo es mejor que hacerlo solas: las tareas se reparten y sus miembros están más protegidos. Pero cada manada ha desarrollado una estrategia propia. La vida les iba en ello.



El líder ya ha elegido su presa. La cacería está a punto de empezar. Manada contra manada. Cara a cara, dos especies enfrentadas durante siglos. Dos enemigos acérrimos que han superado las pruebas de la vida con idéntica solución evolutiva: apoyándose en la fuerza del grupo.


El lobo alfa, el jefe de la manada, da la señal. Ahora, todos saben que el objetivo es un joven caribú que pasta, tranquilo, en las inmensas llanuras del norte de Alaska. Visto así parece una víctima irremediable. Pero los lobos saben que la tarea no es tan sencilla. Alrededor de su presa pastan otros ciento cincuenta mil caribúes. Y los lobos saben por experiencia que nada protege más a una presa que la unión del rebaño.
Así que se reparten la tarea. Cada uno sabe con absoluta exactitud lo que tiene que hacer: un par de ellos despejará los flancos; otros dos correrán tras la presa; el quinto, el sexto y el séptimo se abrirán para salir al encuentro de los perseguidores cuando tengan que relevarlos en la carrera. Todo está organizado según la experiencia de una manada que se formó muchos siglos atrás.


Pero en cuanto el primer lobo asoma tras la colina que les sirve de improvisado refugio, los vigías de la manada de caribúes dan, rápidos, la voz de alarma. Como activados por un resorte, millares de animales se lanzan de inmediato a la carrera y la presa desaparece literalmente entre un bosque de patas, cuernos y pieles en una huida frenética. Los lobos ni lo intentan. Saben que sin la baza a su favor del factor sorpresa ya no tienen nada que hacer. Una vez más, el grupo ha conseguido salvar a uno de sus miembros.

Como en el caso de los caribúes y los lobos, las ventajas que proporciona a los animales formar parte de un conjunto son tantas y dan tan buenos resultados que miles de especies, entre las que se encuentra la nuestra, lo utilizan como arma evolutiva de supervivencia. En líneas generales, el número ayuda a la hora de evitar el ataque de los predadores por dos razones: por puro cálculo de probabilidades y por la defensa conjunta de los adultos hacia los pequeños.


Los bueyes almizcleros, por ejemplo, cierran sus filas formando un círculo perfecto. Los cuernos quedan al exterior, mientras que las crías permanecen seguras en el interior. Y ningún predador se atreve con una docena de bueyes adultos en formación.


Por otra parte, el grupo permite la división de tareas, de manera que cada uno aporte al bien común aquello que mejor sabe hacer. Cuando un grupo de babuinos medra por la sabana, hay machos adultos encargados de la vigilancia, madres que se ocupan de los recién nacidos, jóvenes que se encargan de los más pequeños, guías expertos en el terreno y algunos centrados en localizar comida. El grupo se mueve como uno solo y ante cualquier eventualidad cada uno ocupa el lugar que le corresponde a fin de asegurar el bien de la comunidad.


La formación de grupos permite, además, la transmisión de experiencias y, en mayor o menor grado, según la evolución de la especie, el aprendizaje de las experiencias vividas por los individuos de forma particular.


Los chimpancés de Gombe, por ejemplo, aprendieron a utilizar piedras y palos para partir nueces, y hoy las nuevas generaciones saben hacerlo mientras la mayoría de las comunidades de chimpancés del mundo jamás lo han logrado. Y tardarán en conseguirlo.


Si algo nos queda claro en el reino animal, es que la unión hace la fuerza. No importa el grado de evolución de los organismos o el lugar donde éstos vivan: la cohesión resulta siempre ventajosa respecto al individuo. Algo que, por desgracia, le cuesta recordar con frecuencia a la más evolucionada y compleja de todas las especies: la nuestra.

jueves, 15 de mayo de 2008

LAVA... PERO MENOS BLANCO


Es más, no sólo no limpia, sino que carboniza cuanto toca. Y es que esta fotografía capta el instante en el que la lava del volcán Ol Doinyo Lengai, en Tanzania, se solidifica en pleno vuelo. Rica en dióxido de carbono, la espuma natrocarbonatítica que esta chimenea escupe a unos 530 ºC –casi la mitad de la temperatura normal de las lavas basálticas– se endurece a los pocos segundos de entrar en contacto con el aire.

sábado, 10 de mayo de 2008

EL BILINGÜE ¿NACE O SE HACE?


Los expertos afirman que para dominar una segunda lengua son claves la motivación y las oportunidades para practicarla. Pero ¿qué hay de cierto en las teorías que defienden que los factores hereditarios y físicos facilitan el aprendizaje?

De niños, aprendemos a hablar la lengua materna con rapidez y sin esfuerzo. No sucede igual con la adquisición de un segundo idioma. Hay personas que no lo logran nunca por mucho que se empeñen y otras para las que resulta más sencillo. Según las estadísticas, en España parece haber más de las primeras que de las segundas. Una encuesta realizada en 2000 por el Eurobarómetro reveló que el 47 por ciento de los españoles habla al menos un idioma extranjero, mientras la media en la Unión Europea es del 53 por ciento, con casos excepcionales como Suecia o Dinamarca, donde el porcentaje sube hasta el 82 y el 84. ¿A qué se debe esa diferencia? ¿Es que existen pueblos y personas dotados genéticamente con el don de lenguas? ¿O es que el aprendizaje de un segundo idioma depende más de otros agentes como el ambiente, la motivación, el método o la edad a la que se empieza?

El primero de los factores que interviene en el aprendizaje de un segundo idioma es el fisiológico. Estudios sobre el cerebro y el aparato vocal han demostrado que, al nacer, el bebé puede discriminar los contrastes fonológicos de todos los idiomas conocidos, aunque a partir de las 48 primeras horas de vida muestra preferencia por el que se habla a su alrededor. Y también que en la pubertad, el cerebro ya ha perdido gran parte de su capacidad para distinguir entre fonemas que nunca ha oído. La conclusión de estos dos datos es que quienes aprenden mínimamente una segunda lengua antes de los 12 o 14 años, edad en que el aparato fonador ya está desarrollado, lo harán con más facilidad y con mejor acento, con independencia de si están más o menos dotados. Este dato no tiene por qué desanimar a quien desee aprender un idioma de adulto. Los restantes factores son tan importantes como la edad, y la mayoría de ellos se deduce al analizar cómo aprenden los más pequeños su lengua materna.

Los niños que, por ejemplo, hablan con mayor rapidez y facilidad son aquellos que más se comunican con sus progenitores. Por este motivo, el estudiante maduro debería procurar sobreexponerse a la lengua que desea aprender viendo películas en versión original, relacionándose con personas que hablen ese idioma o visitando el país. Y se necesita mucho tiempo para dominarlo, sobre todo si se tiene en cuenta que desde que el bebé da su primer grito hasta que adquiere habilidad para comunicarse pasan entre 15 y 18 años, es decir, unas 55.000 horas de inmersión verbal de manera continuada.

Una nueva pista la obtenemos al preguntarnos qué pasa dentro del niño cuando empieza a hablar. Según la teoría conductista, defendida en los 50 por B. F. Skinner, en el proceso de aprendizaje del idioma materno influyen los estímulos externos. Si el niño consigue que sus primeros balbuceos sean comprendidos por sus padres, repite la expresión. Por medio de esas confirmaciones (verbales y no verbales), el bebé aprende a expresarse de manera eficaz. De esto se deduce que quien desee aprender un segundo idioma obtendrá grandes progresos si necesita practicarlo obligatoriamente.

La clave está en la angustia. El lingüista Jean Piaget apuntó que la tensión que ocasiona la incertidumbre de si seremos comprendidos o no es también un factor decisivo en el aprendizaje. Para el niño, esta tensión es una fuente de motivación, pero en un adulto puede provocar inseguridad y vulnerabilidad, y le hace retraerse de hablar en la lengua recién aprendida para evitar equivocarse y sentirse ridículo. Por otro lado, la facilidad para aprender idiomas depende también del bagaje gramatical que se tenga en la propia lengua.
Pero lo más importante es emplear lo que hemos aprendido para comunicarnos. La práctica ha demostrado que la actitud del estudiante vale más que sus capacidades naturales o los diferentes métodos audiovisuales y tecnológicos que utilice. Así que nunca es tarde para empezar ni nadie está totalmente incapacitado para aprender idiomas.

martes, 6 de mayo de 2008

BALLENEROS Entre la tradición... ...y la matanza


Esquimales frente a japoneses. Las ballenas, vitales para la subsistencia de los inuits del Ártico, también son un negocio boyante para países industrializados, que con sus buques factoría depredan a estos cetáceos. Son las dos caras de una jornada particular en las heladas aguas del norte.



Para los inuit, llamados `esquimales´ hasta hace poco, la caza de ballena se remonta a los orígenes de su historia. De hecho, sin ella no habrían tenido historia; porque los inuits dependen de las ballenas para su supervivencia. En una tierra de dureza extrema y sin apenas recursos, los indígenas del Ártico esperan año tras año la llegada de los cetáceos al principio del verano. Es una espera incierta porque cada año las ballenas llegan en menor número. Y, para dificultar la espera, el calentamiento global provoca que el hielo ártico se derrita antes y la banquisa se haga más inestable.


Cuando los primeros lomos negros se dejan ver sobre las aguas del mar, el pueblo entero se pone en movimiento. Armados de sus tradicionales arpones, salen en canoas confeccionadas con pieles de foca para tratar de capturar al mayor mamífero de la Tierra. Las nuevas generaciones aportan cotizadísimos adelantos: un rifle de segunda mano, un rudimentario arpón artesanal terminado en un proyectil de grueso calibre, un motor fueraborda... Las ballenas se localizan con la vista y los hombres salen a por ellas a golpe de remo. La caza lleva su tiempo. Y, en el intento, no es raro que alguno de ellos no vuelva. Pero cuando se consigue el trofeo, todo el pueblo lo celebra. Las ballenas les garantizan el aceite, la grasa y la carne que necesitarán para soportar, un año más, el larguísimo invierno ártico.


A algunos cientos de kilómetros de allí, otros cazadores de ballenas han localizado a su presa. Un barco japonés ha utilizado la información de los satélites y la más avanzada tecnología de navegación para localizar a un grupo de ballenas. El arpón explosivo que sobresale por la proa del barco les garantiza sus capturas. Y una vez muerta, el propio buque se convierte en una factoría que evita el tener que volver a puerto y les permite seguir matando. En el tiempo en que los inuits cazan, despiezan y almacenan una ballena, el buque japonés puede acabar con toda una familia de cetáceos. De hecho, podría procesar una ballena de cien toneladas en apenas una hora.


La Comisión Ballenera Internacional (CBI), encargada de regular la caza de ballenas se enfrenta cada cinco años a la difícil tarea de compatibilizar estas dos maneras de cazarlas. Por lo general, la CBI respeta la caza de subsistencia de los indígenas y les permite capturar los cupos que las comisiones científicas consideran sostenibles, mientras al resto de los países, con más recursos, se les exige que respeten la moratoria que lleva vigente desde el año 1986.


Pero, en la última revisión, que gestionará la caza de ballenas durante el periodo 2008-2012, nuevas presiones han venido a demostrar que el futuro de las ballenas es incierto. Mientras países como Japón, Noruega o Islandia –que no necesitan cazar ballenas para su supervivencia– siguen matándolas con la insultante excusa de que es con fines científicos, los inuits intentan incrementar sus escuetos cupos para asegurarse el alimento. Y mientras Amelia Jessen, delegada inuit de Groenlandia, intentaba inútilmente subir la cuota de 450 a 750 toneladas de carne de ballena por año para su pueblo en la última reunión de la CBI, Japón vende anualmente en sus mercados 5.560 toneladas de carne de las ballenas, cazadas ‘con fines científicos’; la venta, en euros, ronda los treinta y cinco millones.


Un pueblo cuyo principal recurso son las ballenas poco puede presionar a una comunidad internacional movida por fuertes presiones políticas y económicas. Pero resulta sorprendente que naciones que cuentan con un desarrollo intelectual parejo a su potencia económica no muestren la concienciación ecológica y la mínima sensibilidad para abandonar una industria que puede acabar con las ballenas y, por tanto, con aquellos pueblos que dependen realmente de ellas. Así, si en la última reunión Japón alegaba ante la CBI que sus poblaciones costeras tienen el mismo derecho histórico que los inuit, sus capturas ese mismo año superaron la demanda de sus mercados y tuvieron que utilizar el excedente para elaborar comida para perros.

sábado, 3 de mayo de 2008

La tapadera de los parques chinos


Por fuera son zoológicos de tigres; por dentro, un matadero para abastecer la medicina tradicional.

Mientras el tigre está en peligro de extinción, en China se los mata. A principios del siglo XX, su población superaba los cien mil ejemplares. Hoy, según los más optimistas, no quedan más de 8.000. Y a sus amenazas habituales (furtivismo y desaparición de los bosques donde viven en Asia) hay que sumar una nueva: el comercio ilegal en China. Las estimaciones apuntan a que en el país asiático se crían en cautividad alrededor de 3.000 de estos felinos en granjas que las autoridades chinas llaman «parques de tigres».

La explicación oficial es que en ellos se estudia su comportamiento, pero la realidad, según la organización conservacionista Traffic, es otra: su cría obedece a la necesidad de abastecer el creciente mercado de la medicina tradicional, cuyos remedios emplea el 60 por ciento de los 1.300 millones de chinos. Si se echan cuentas, cabe reconocer que, para los parques, los tigres valen mucho más muertos que vivos. Su cría en cautividad es costosa, y el dinero que dejan los turistas que van a estos parques no basta para alimentarlos. Según el director general de la granja más grande de China, Tiger Mountai, que está en Gweilin, mantener sus 1.100 tigres cuesta unas cien mil libras mensuales, mientras que las visitas aportan 44.000. Las cuentas cantan: las granjas deben comerciar con los tigres para sobrevivir. Y la mayoría de las veces, según Traffic, lo hacen con la anuencia de su Gobierno.

jueves, 1 de mayo de 2008

Dinosaurios con plumas


Recientes hallazgos paleontológicos lo dejan claro: las aves actuales provienen de un tipo de dinosaurio alado de hace 65 millones de años.

La paleontología está sufriendo un cataclismo que obliga a revisar muchos de sus principios. Hasta ahora se creía que todos los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años por la caída de un meteorito, pero los últimos hallazgos han llevado a los estudiosos a afirmar que los actuales pájaros no son más que los `nietos´ evolucionados de unos dinosaurios voladores que se salvaron de la catástrofe. El experto argentino Luis Chiappe, director del yacimiento de Auca Mahuevo (Patagonia), estima que hay un consenso sobre esa creencia. «Lo que falta por saber -apunta- es de qué tipo de raptores (dinosaurios voladores) derivan para saber qué les hizo sobrevivir.»

Pero aún hay más: si hasta ahora se tenía una imagen spielbergiana de sus cuerpos, hallazgos realizados en China han revelado que algunos se cubrían con plumas, y la última sorpresa ha sido descubrir huevos con embriones de pterosaurios, lo que ha revelado que estos `dinos´, en contra de la creencia de que dependían de sus padres hasta ser adultos, eran autosuficientes al nacer. Muchos cambios para una ciencia a la que le queda mucho por excavar. Éstos son los descubrimientos que la han revolucionado en los últimos años.