lunes, 27 de octubre de 2008

LOS COCODRILOS SAGRADOS


En una remota aldea de Burkina Fasso, peligrosísimos cocodrilos del Nilo conviven con la población. Incluso juegan con los niños en la orilla. Pero, ¿por qué no atacan al hombre? Para descubrirlo hay que remontarse cientos de años atrás...



Ibrahim Gowon volvía borracho en su destartalada motocicleta. Los efectos del burdo alcohol de destilación casera le hacían difícil concentrarse. Bueno, tampoco era para preocuparse en exceso. Al caer el Sol nadie paseaba por los alrededores de Bazoule, una pequeña aldea a 30 kilómetros de Ouagadougou, capital de Burkina Fasso, en la que el tránsito de algún vehículo no pasaba de ser una anécdota diaria. Y, además, él era una autoridad en el pueblo; un hombre respetado –si no temido– del que nadie se atrevería a hablar mal.


Así que podía conducir en el estado que quisiera sin que… Sus pensamientos se cortaron en seco mientras salía despedido de la moto. El golpe con la tierra le aclaró la mente. Había chocado con algo; algo grande y contundente. Se levantó lentamentey se encontró cara a cara con un cocodrilo de cinco metros que se movía incómodo por el golpe. Con un gesto de fastidio, Ibrahim se levantó sin alterarse y pasó por encima del cocodrilo mientras le recriminaba un «¿qué estás haciendo tú aquí a estas horas?». Luego cogió su moto, recompuso el gesto y siguió camino hacia su casa con la cabeza mucho más despejada.


Para la gente de Bazoule, los cocodrilos son parte de sus vidas desde hace cientos de años. Cuentan los ancianos que los habitantes de la región son los descendientes de Naba Kouda, que reinó en este territorio desde 1358 hasta el año 1400. Fue entonces cuando aparecieron los cocodrilos «llegados del cielo después de unas lluvias». Desde entonces, los cocodrilos de Bazoule se convirtieron en animales sagrados para sus habitantes que empezaron a ofrecerles sacrificios para pedirles favores y darles las gracias. Y hoy se han convertido en una de las atracciones turísticas de un país asolado por una pobreza endémica. Los cocodrilos están tan acostumbrados a las personas que incluso se puede ver a niños pequeños jugando cerca de la orilla mientras los animales entran y salen de la pequeña charca que los acoge. ¿De dónde llegaron realmente estos cocodrilos? ¿Por qué no atacan aquí a la gente?


La región de Bazoule es semide­sértica. Las charcas son estacionales y el agua es el bien más escaso en esta tierra de extrema pobreza. Cuando la región comenzó a secarse cientos de años atrás, algunos cocodrilos quedaron atrapados en balsas de agua. El movimiento de los saurios en sus idas y venidas por la charcas y los agujeros que realizan al excavar sus nidos incrementaron la profundidad de las mismas y ayudaron a embalsar más agua durante la estación de las lluvias de forma que, con el paso del tiempo, probablemente las únicas charcas que aguantaron con agua todo el año fueron las que tenían cocodrilos. Y para una gente tan necesitada del agua los cocodrilos se convirtieron en sagrados.


Aun así, incluso siendo sagrados, los de Bazoule son cocodrilos del Nilo, los mayores de África y la segunda especie más peligrosa del mundo después de los cocodrilos marinos de Oceanía. ¿Por qué entonces no atacan a nadie si en el resto del continente matan a decenas de personas todos los años? Probablemente, la explicación tenga su origen en el mismo momento en que los locales decidieron darles la categoría de animales sagrados. Desde entonces, el jefe y el marabou –algo así como el médico brujo– les ofrecen sacrificios: cabras, burros, perros y, sobre todo, gallinas les son arrojados con creciente frecuencia. En un principio, los sacrificios se restringían a la Kôo m Lakre, la llamada `fiesta de los cocodrilos´ que se celebra una vez al año. Pero cuando la fama de estos animales sagrados se extendió por la región empezó a llegar gente de todos los poblados para ofrecer sacrificios a los grandes saurios para pedirles salud, fertilidad, éxito o riquezas. Y cada uno de ellos iba acompañado de un pollo o una cabra.


Siglos alimentándolos han hecho que temibles comedores de hombres acepten y respeten a los humanos a orillas del lago. Hoy, cuando su fama ha trascendido más allá de las fronteras del país, miles de visitantes pasan a lo largo del año para ofrecerles pollos. La mayoría no busca salud, fama o riqueza, sino alguna foto espectacular posando junto a un gran cocodrilo. Incluso hay quienes posan sentados en la espalda de los más grandes. A los más de cien que viven en la charca, el aumento de comida les va haciendo cada vez más pacíficos y tolerantes con los hombres. Algo que puede llevar a más de un turista a cometer un error. Porque, sagrados o no, acostumbrados a las personas o cebados hasta el pacifismo, la gente no debería olvidar que son uno de los predadores más peligrosos de África.


Los cocodrilos del Nilo pueden sobrepasar los cinco metros de longitud y tienen merecida fama de peligrosos. Los egipcios los adoraron como dioses; los nubios los reverenciaron como demonios; los zulúes, masái y dinkas alabaron su poder en sus respectivas mitologías. Nadie debería creer que este superpredador capaz de sobrevivir en la Tierra más de 200 millones de años, estos reptiles que ya cazaban dinosaurios en la Prehistoria, pueden domesticarse simplemente ofreciéndoles de tanto en tanto unos cuantos pollos.

lunes, 20 de octubre de 2008

EL PUNTO G DE INTERNET


Nació hace diez años en un garaje de Silicon Valley y hoy es el gran gigante mundial de la Red. Más de 14 millones de españoles utilizan sus servicios. Desde el buscador hasta YouTube o Gmail. Un fenómeno, ajeno a la crisis, que recibe este año el premio Príncipe de Asturias de las humanidades y la comunicación.



En la Torre Picasso, en el corazón financiero de Madrid, rodeados de yuppies encorbatados y engominados, trabajan los empleados de Google.es, la división española del gran gigante de Internet. En la planta 26 del edificio, sin embargo, no se ven corbatas. Es más, la presencia de dos futbolines, balones de goma, enormes pufs de colores, videojuegos, un sillón de masaje o una cafetería con una de las mejores vistas de Madrid completa un cuadro donde la formalidad ha sido desterrada. Al parecer, ésta no se necesita en absoluto para dominar el mercado publicitario de la Red, figurar entre las pocas corporaciones inmunizadas contra la crisis –este año ingresará unos 22.000 millones de euros, 6.000 más que en 2007– o ser reconocida con todo un premio Príncipe de Asturias.


Visitar cualquiera de las 22 oficinas que Google tiene repartidas por los cinco continentes puede llevarte a pensar que el mundo es color de rosa. Diez de cada diez empleados aseguran disfrutar de la felicidad absoluta en su vida laboral. La identificación corporativa entre la plantilla es tan vehemente que, a veces, parecen olvidar que trabajan en una empresa. «Google rejuvenece», afirma José López de Ayala, Pepe para sus compañeros, director de Alianzas Estratégicas de Google.es. A sus 37 años, no es que aparente diez menos ni nada parecido, pero asegura que ir a trabajar es un «auténtico placer». Cecilia González, estratega de cuentas recién entrada en la treintena –La Friki por su afición al cómic y la serie Z–, ofrece, entre risas, otro ejemplo significativo: «El jefe se mosquea si unos se ponen a jugar al futbolín y no lo llaman a él».


Pocos trabajadores se jugarían las alubias criticando a sus jefes ante un periodista, pero es que en el caso de los googlers (así se denominan a sí mismos) la intensidad con que cantan las alabanzas a su patrón roza la adoración. Cuando hablan de «Los Fundadores», más que en Larry Page y Sergey Brin –ellos crearon Google hace diez años en un garaje de Silicon Valley–, uno tiende a pensar en George Washington o Thomas Jefferson, tal es el fervor que se apodera del ambiente.


La palabra clave aquí es googliness, un elemento subjetivo sin el cual es imposible formar parte de esta empresa. Olga San Jacinto, una de las ‘madres fundadoras’ de Google.es –división que nació hace cinco años, siguiendo el modelo de la casa madre, «en una habitacioncita en la calle López de Hoyos»–, ha examinado desde entonces a cientos de candidatos en busca de ese algo especial. «Cuando contrato a alguien –revela– busco, primero, una buena preparación y elevada capacidad intelectual. Pero eso no basta, necesito ver que has sabido encauzar tu carrera, que te has embarcado en proyectos en los que creías. Luego quiero saber si tienes chispa en la vida. No queremos personas que sólo viven para trabajar. Necesito saber si pones intensidad en lo que haces, si tienes capacidad de reacción, si creo que te vas a adaptar, si tu mentalidad es flexible y abierta… ¡Si tienes googliness, vamos!», concluye Olga como si la palabreja fuera un miembro de su familia.


Uno de los secretos de Google radica en el trato que da a sus asalariados. Entre sus principios destacan frases como: «Eres inteligente y tu tiempo importa», «somos serios, menos cuando no lo somos», «es posible ganar dinero de forma ética», «las grandes ideas son nuestro motor», y por ahí. La camaradería, la posibilidad de relajarse en horas de oficina, la concentración de talentos que reúne y la escasez de jerarquía corporativa, que permite una comunicación rápida y eficaz entre empleados y jefes –«El mensaje es que todos podemos aportar», añade Pepe–, completan el retrato de este fenómeno empresarial que, según la consultora comScore, atrae en España a más de 14 millones de usuarios al mes. Junto con su filosofía laboral, otra clave de su éxito es la gratuidad de todos sus productos, a excepción de la publicidad, de donde extrae el 99 por ciento de sus ingresos.


El 19 de agosto de 2004, Google comenzó a cotizar en Bolsa con un precio por acción de 85 dólares. Tres años después alcanzaba su récord histórico de 747 dólares, multiplicando por casi nueve puntos su valor. Google es, queda claro, la envidia del mundo empresarial tras haber creado un modelo de éxito completamente nuevo, combinando ingentes beneficios económicos con un carácter filantrópico. «Trabajamos para democratizar el acceso a la información para cualquier persona, en cualquier lugar y en todas las lenguas –expone Javier Rodríguez Zapatero [no, no es pariente del presidente del Gobierno], director general de Google.es–. Más información implica más oportunidades, más libertad y más recursos para las personas.» Más de cien dominios de Internet distintos en otros tantos idiomas son la prueba de ello. Es así como esta empresa se convirtió en un símbolo admirado por su compromiso anticensura o contra ideas como «el beneficio por el beneficio».


Esa imagen, sin embargo, se resintió hace dos años, al anunciar su entrada en China aceptando someterse a las exigencias del Gobierno en materia de censura: bloqueo de blogs, páginas vetadas, imágenes de Google Maps que no se muestran... Organizaciones como Reporteros Sin Fronteras [RSF] acusaron a la compañía, cuyo lema principal es «Don’t be evil» [No seamos mala gente], de impedir la libertad de expresión. «Nosotros aceptamos la legislación local. No podemos entrar en un país si no cumplimos sus leyes», argumenta Zapatero. Para RSF, por el contrario, el trasfondo del asunto sitúa a Google como una más entre las miles de empresas ansiosas por morder un pedazo del jugoso mercado chino. «Aunque haya contenidos vetados, con nuestra presencia, los usuarios chinos tienen ahora más acceso a la información que antes», rebate Zapatero.

Los tentáculos de Google son tan extensos –más del 60 por ciento de los internautas usa su buscador– que asusta a los defensores de la privacidad, quienes temen que la acumulación de datos represente una invasión de las libertades civiles. Esa información abarca el contenido de los correos de Gmail, las búsquedas de los internautas o los detalles de tarjetas de crédito en su sistema de pago Google Checkout.


Para contrarrestar esas críticas, la empresa redujo en septiembre de 18 a nueve meses el tiempo que retiene datos del usuario. «Nuestros ingenieros han conseguido que las búsquedas sean igual de eficientes reteniendo menos tiempo la información –explica Bárbara Navarro, directora de Relaciones Institucionales–. La defensa de la privacidad es parte de la cultura de esta empresa. Los usuarios, para confiar en nosotros, deben saber que protegemos sus datos. Es la base de nuestro negocio.»


El asunto que más dolores de cabeza le ha provocado al gigante de Internet, sin embargo, es la protección de los derechos de autor. Sobre todo desde que adquiriera YouTube [en noviembre de 2006 por 1.032 millones de euros], el mayor portal de contenido audiovisual, con casi 100 millones de vídeos vistos al mes. La demanda presentada por Tele 5 para evitar que sus programas sean colgados en YouTube –pendiente de resolución– es sólo la última de una larga lista de pleitos por violación de copyright iniciados contra Google por cadenas como la francesa TF1, la estadounidense Viacom, productoras, discográficas o artistas como Prince.


Ante semejante alubión, la pregunta es obligada: ¿cómo se combina la democratización de la información con la propiedad intelectual? «Google es sinónimo de democracia y libertad, pero también es un defensor a ultranza de los derechos de propiedad intelectual –responde Rodríguez Zapatero–. Hacemos todo lo posible para que se preserven en un entorno en el que es muy difícil hacerlo. Estamos invirtiendo una cantidad ingente de recursos en tecnología para identificar contenidos que han sido colgados de manera ilegal. Es una de nuestras grandes prioridades.»


María Ferreras, Conchi para sus colegas y máxima representante de YouTube en España, presentó este mes la herramienta que, esperan, detenga todos los pleitos y polémicas que persiguen a la empresa. Se trata del Vídeo ID, una aplicación que «permite a una cadena o distribuidora comparar cada fotograma del portal con los ya publicados, suprimiéndolos si estima que hay vulneración de derechos», explica Ferreras, de 37 años, que entró embarazada de ocho meses en la empresa.


Desde su aparición en febrero de 2005, YouTube
se ha
convertido en el mayor fenómeno de la Red, algo que muchas empresas audiovisuales interpretan como una amenaza. Otras, como la BBC o casi todas las españolas, salvo Tele 5, asegura Ferreras, han establecido acuerdos con el portal, abriendo sus propios canales en YouTube. La responsable en España, donde cuenta con más de ocho millones de usuarios, afirma que YouTube «ha puesto todas las herramientas que posee a disposición de los dueños de los contenidos para que puedan proteger sus obras».


En Google, reconocen que YouTube les ha aportado un alto valor añadido, aunque sea proporcional a los problemas derivados de gestionar una plataforma donde cualquiera puede poner lo que desee. Las imágenes de ataques a menores grabados con móviles, amenazas de muerte, violaciones a la intimidad de los ciudadanos o contenidos pornográficos muestran la dificultad de filtrar esta plaza virtual que recibe más de 13 horas de vídeo por minuto. En ese sentido, la autogestión a cargo de los usuarios ha sido clave, en consonancia con el espíritu de Google, donde proclaman sin descanso que «el usuario es el rey». A los hechos se remiten: «Gracias a las herramientas de la web para marcar y denunciar contenidos hemos llegado a suprimir vídeos en menos de 30 segundos», añade Ferreras.


Pero YouTube es mucho más que eso. Cortometrajes, contenidos de carácter político, como un debate electoral que Ferreras impulsó en las últimas generales, o casos como el de Lo que tú quieras oír, corto de Guillermo Zapata convertido por obra y gracia de YouTube en fenómeno mundial con casi 77 millones de visionados, el tercer vídeo más visto del portal. «Es apasionante. Aquí todo vale», afirma Conchi con entusiasmo.


Rodeados de googliness y buen rollo es difícil no confiar en esta gente, pero no podemos olvidar que guardan infinidad de datos sobre nosotros: saben todo lo que buscamos en la Red, lo que nos decimos por e-mail o cuáles son nuestras preferencias. Por eso es vital que sean tan buenos chicos como aparentan.


A la salida de la sede de Google, en el ascensor, regresa la visión de los yuppies encorbatados. Pocos sospechan que en la planta 26, incrustado en pleno centro del sistema, una empresa amenaza con convertirlos en una reliquia del pasado.

sábado, 11 de octubre de 2008

NANOPRODUCTOS


Alimentos, pasta de dientes, ropa… A diario usamos, sin saberlo, decenas de productos con nanopartículas, unas moléculas última generación 5.000 veces más pequeñas que el punto al final de esta frase. La industria dice que no entrañan riesgos, pero los consumidores europeos no lo tienen tan claro.



Muchas gracias, querido lector, por poner su cuerpo a disposición de la ciencia y aplicar sobre él sustancias completamente desconocidas. Es posible que sean beneficiosas para su salud, pero también que sean nocivas. No hace falta que consulte a su médico o farmacéutico sobre sus riesgos o efectos secundarios, porque ellos tampoco tienen ni idea.


Protectores solares y dentífricos, cremas antiarrugas y chicles, calcetines y pintura... Los consumidores usan a diario y sin saberlo productos que contienen nanopartículas, diminutos granos de menos de 100 nanómetros (un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro).


Las camisetas de los deportistas ya no huelen después de los entrenamientos gracias a partículas microscópicas de plata. Las cremas solares son ahora transparentes porque moléculas de dióxido de titanio bloquean la radiación ultravioleta. Las cremas antiarrugas crean una ilusión óptica digna de un mago: partículas diminutas reflejan la luz en los pliegues de la frente de tal manera que no crea sombras y, por lo tanto, las arrugas no llaman tanto la atención. Y gránulos invisibles en los azulejos del baño repelen la suciedad igual que hacen algunas plantas. Hasta aquí las buenas noticias.


Las malas: hace ya tiempo que existen indicios sobre los posibles riesgos que entrañan. Las nanopartículas son tan pequeñas que podrían actuar a nivel celular. En experimentos con animales y en cultivos de laboratorio se ha comprobado que estos gránulos del tamaño de una bacteria pueden provocar reacciones indeseadas. Si son fagocitados por los glóbulos blancos, acaban sobrecargando el sistema inmune y reducen su eficacia contra las infecciones. Si son respirados, se adentran en los pulmones, llegan a los alvéolos y de ahí pasan a la sangre, que los distribuye por todo el cuerpo. Quizá podrían influir en la aparición de enfermedades como el párkinson o el alzhéimer.


No perdamos la calma. No se ha podido demostrar hasta la fecha ninguno de estos efectos, pero la preocupación es legítima. En cierto modo recuerda a la alarma creada en su momento por las radiaciones de las antenas de telefonía móvil. De momento pagan el pato los ratones de laboratorio. Por ejemplo, han desarrollado síntomas similares a la intoxicación por amianto cuando se les inyectan nanotubos de carbono en el abdomen. ¿Son las nanopartículas el nuevo amianto? Es pronto para responder a esta pregunta. Y que se sepa, todavía no hay víctimas humanas de las que compadecerse. Pero la preocupación crece entre los consumidores. Y en el mercado ya existen unos 500 nanoproductos, desde detergentes hasta calcetines. Y no existe una legislación europea que obligue a identificarlos. Una temeridad. Especialmente en los sectores de la alimentación y la cosmética. En Estados Unidos ya se ha pedido una moratoria sobre la utilización de nanomateriales en los productos del supermercado.


Pero es precisamente ahí donde las nanopartículas obran milagros. Mejoran el espolvoreado, transportan vitaminas, sustituyen a las grasas, hacen más cremosas las salsas e impiden que las salchichas pierdan su color. Pero los fabricantes se cuidan mucho de decir para qué las emplean o incluso si lo hacen.

Hasta ahora, las asociaciones de fabricantes han bloqueado cualquier tipo de medida informativa. «Los nanoalimentos de los que tanto hablan los medios de comunicación son ciencia ficción –aseguran en una nota de prensa–. En estos momentos no es necesaria una regulación legal adicional.»


¿Seguro? He ahí la cuestión. ¿No es de sentido común adoptar un distintivo especial para los productos que contengan nanoalimentos, una especie de tabla de ingredientes similar a la que recoge la información nutricional o, al menos, un aviso más o menos neutro de que sus ingredientes contienen nanopartículas? ¿No tienen los consumidores derecho al menos a conocer eso? Los críticos señalan que la nanoindustria actúa en un limbo legal. Ni siquiera hay unanimidad sobre qué considerar nanopartícula. ¿Debería considerarse `nano´ todo aquello con un tamaño por debajo de los 500 nanómetros? ¿O mejor por debajo de los 100 nanómetros? Para hacerse una idea, una nanopartícula es a un metro lo mismo que un balón de fútbol al planeta Tierra. Y no es raro que un material que los científicos creían conocer a la perfección adquiera nuevas propiedades reducido a nanopartículas.


Lo que antes se consideraba inocuo pasa ahora a ser agresivo; las mezclas que deberían espesarse siguen siendo líquidas; el carbono antes aislaba, ahora es un conductor estupendo. Y el semiconductor arseniuro de galio en su versión nano ya no se funde a los 1.600 grados, sino a los 400. Enfocar los ojos al mundo de lo diminuto abre las puertas de un universo exótico, donde las propiedades de los materiales cambian de manera sorprendente. Por ejemplo, las cremas solares... No embadurnarte de crema y distribuir uniformemente una loción invisible es un avance estético, ¿pero hasta dónde penetran las nanopartículas de dióxido de titanio aplicadas sobre la piel?


Medirlo no es nada fácil. Estas moléculas son demasiado pequeñas para el microscopio. Quizá sólo sean unos pocos micrómetros en la epidermis. En el caso de las pieles sanas es tranquilizador. ¿Pero qué pasa con una piel problemática, por ejemplo aquejada de soriasis, que la vuelve quebradiza como el hojaldre? Es posible que las partículas presentes en las cremas solares o en la ropa interior antiolor puedan atravesar la piel y llegar a los vasos sanguíneos y, a través de ellos, al cerebro. Esto sí que sería un problema. Muchas nanopartículas son tan pequeñas que no hay nada que pueda detenerlas. Podrían alcanzar el interior de las células igual que hacen los virus.


El tamaño es importante, pero también la forma que adopten. El carbono, por ejemplo, es un material que podemos encontrar en forma de durísimo diamante o de frágiles barras de grafito. Pero si lo transformamos en diminutos tubos o esferas, los llamados `nanotubos´, su comportamiento cambia completamente. Las leyes habituales de la química se ven sustituidas por las leyes de la física cuántica y el material se vuelve más resistente que el acero... y tremendamente tóxico.


Prácticamente, todo lo que respiramos, ingerimos o nos aplicamos sobre la piel debería ser tenido en cuenta en el análisis de riesgos. Una nanocomisión alemana publicará un informe este otoño que puede dar pautas al resto de los países europeos, entre ellos España. Los científicos ya han dado con algunas sorpresas. Un ejemplo: vista a una escala microscópica, la película de crema solar se reparte sobre la piel de una forma muy irregular. La consecuencia es que algunas partes diminutas de la epidermis no quedan protegidas contra la cancerígena radiación ultravioleta. Y estas zonas no se pueden apreciar a simple vista, sobre todo si las cremas son transparentes.

viernes, 3 de octubre de 2008

LOS EFECTOS DEL ALCOHOL


Un estudio revela que la mitad de los españoles tuvo resaca en los últimos tres meses. Sepa qué le pasó ‘anoche’.



  • Cerebro
    No me acuerdo de nada

    Los altos niveles de alcohol afectan al cerebelo y a los neurotransmisores responsables del equilibrio. En los consumidores crónicos hay una alteración en un área del cerebro llamada hipocampo. Una lesión en esta zona –que provoca graves lagunas mentales– es sinónimo de alcoholismo.

  • Ojos
    ¡Veo doble!

    La dioplía o visión doble se debe a la falta de coordinación de los músculos que ayudan a fijar la mirada; y esto ocurre, a su vez, porque los nervios pares craneanos, ‘jefes’ de estos músculos, quedan
    igualmente afectados.

  • Oídos
    ¡Vaya barco!

    Su consumo también afecta al oído interno, que junto con las alteraciones de la serotonina –que tiene que ver con el equilibrio– produce mareo. Se pierde la capacidad de atención y/o comprensión.

  • Corazón
    Las piernas, como botas

    El alcohol le resulta muy tóxico; provoca arritmias y su ingesta intensa y crónica le produce cardiomiopatía; esto es, el músculo del corazón se vuelve más grueso y pierde fuerza de bombeo. ¿Resultado? Hinchazón en las extremidades e incluso asfixia.

  • Hígado
    Primero, hepatitis y, luego, cirrosis

    El licor produce ‘hígado graso’, una acumulación de grasa anormal en este órgano. De este estadio se pasa a la hepatitis (por alcohol) y, más tarde, a la cirrosis, que provoca un daño en el hígado devenido de las cicatrices y fibrosis acumuladas.

  • Riñones
    ¡Qué sed!

    El alcohol inhibe la hormona antidiurética que retiene líquidos en el organismo, lo que hace que orinemos más y eliminemos muchos más líquidos de lo normal. Esto causa una pérdida de electrolitos y agentes químicos básicos para el equilibrio corporal.

  • Otros órganos
    Hipersensibilidad

    También se producen efectos en el páncreas, intestino, tiroides o en los niveles hormonales (en los hombres disminuyen las hormonas masculinas y aumentan las femeninas).