viernes, 26 de septiembre de 2008

SULAIMAAL-FAHIM El sultán del fútbol


En plena crisis mundial, Este hombre ha comprado el Manchester City y ha fichado a Robinho. Paga cifras millonarias. Y a tocateja. Lo del fútbol no es un capricho. sólo es un primer paso En su plan...



Les presento a Sulaiman al-Fahim, 31 años, casado, tres hijos. De Abu Dabi. Presidente de Hydra Properties, una compañía inmobiliaria que tiene proyectos en medio mundo por valor de 2.000 millones de euros. Sulaiman no ha amasado su fortuna gracias al petróleo. Es un hombre hecho a sí mismo. Un tipo encantador. Con don para las relaciones públicas. Le pirra hacerse fotos con estrellas de Hollywood. Irse de parranda con Pamela Anderson o cenar con Leonardo DiCaprio. No rehúye a la prensa. No hace falta tirarle de la lengua. Lo cierto es que a este hombre se le calienta la boca rápido. Ha prometido 700 millones de euros para fichar a 18 jugadores extraordinarios. Los mejores. Ni uno ni dos. Los quiere todos: Cristiano Ronaldo para empezar, y luego David Villa, Kaká, Sergio Ramos, Van Nistelroy (le ofreció un cheque en blanco al Real Madrid), Messi, Cannavaro, Cesc, Fernando Torres… Si va en serio, Barça, Madrid y otros grandes de Europa quedarán tan esquilmados que van a tener que pensar en recurrir a la cantera. ¿Se le ha ido la pinza? Hay mucho escéptico que así lo piensa. Pero si algo ha demostrado en este tiempo Sulaiman al-Fahim es que es todo, menos un charlatán.


Sulaiman empezó a trabajar a los 11 años. Cuando salía del colegio, echaba unas horas en la compañía farmacéutica de su padre. Era tan bueno jugando al ajedrez que quedó quinto en los mundiales infantiles. A los 14 años falsificó el nombre de su madre para invertir en Bolsa y a los 15 vendió su primera finca. Quiso estudiar Medicina; luego, Ingeniería... Se fue a la aventura y trabajó un tiempo en una línea aérea. También fue jefe de una estación de ferrocarril. Acabó haciendo un par de másters de administración de empresas en EE.UU., regresó a los Emiratos y fundó Hydra. «Disfruto compitiendo y ganando. Soy un bulldozer. Cuando un bulldozer comienza a moverse, no hay quien lo pare, por muchos coches que se le pongan por delante. Los pasa por encima. Y yo no puedo parar. Si tengo una idea, no descanso hasta que consigo ponerla en práctica», asegura.


Sería ingenuo pensar que un ajedrecista como él, por bravucón que parezca, carece de visión estratégica. «Todo lo que hago lo hago con vistas a largo plazo. Primero aprendo. No me canso de aprender. Y cuando sé lo suficiente, actúo. Rápido. Sin dudas ni contemplaciones. Todos mis proyectos se complementan, aunque están muy diversificados, desde bebidas energéticas hasta cadenas de comida rápida. Mi lema es no poner todos los huevos en la misma cesta. Quiero hacer de Hydra en Asia algo parecido a la compañía Virgin en Europa.» Lo de la rapidez no es ninguna broma. Cerró el contrato para comprar el Manchester City en 13 horas. Fue un episodio delirante, a mitad de camino entre el culebrón y la novela de espionaje.


El escenario: una suite de 10.000 euros la noche en el hotel Palace Emirates de Abu Dabi, la réplica del Gurj Al Arab, el faraónico hotel de siete estrellas de Dubai. Mármol de Carrara por doquier y un vestíbulo que duplica la superficie de la catedral de Santiago. Los protagonistas: el ex primer ministro de Tailandia, Taksin Shinawatra –que poseía los derechos sobre el equipo, pero no tenía ni para pagar a los acomodadores desde que un juez congeló sus fondos por un escándalo de corrupción–, y una `mata hari´ británica: Amanda Staveley, de 35 años. Ésta, cansada de pelar pollos en una empresa de catering, pidió un préstamo y montó un restaurante. Quiso la fortuna que justo al lado se ubicase una de las cuadras de yeguadas árabes que hay en el Reino Unido. Entre plato y plato, hizo buenos contactos y ahora es la gran dama inglesa en Oriente Medio. Nada se negocia entre sus compatriotas y la antigua colonia sin que ella actúe de intermediaria. Le ha dado calabazas al príncipe Andrés, que la pidió en matrimonio, y presentó a Sulaiman al-Fahim al ex mandatario tailandés. Se juntaron el hambre con las ganas de comer y el contrato se cerró con un apretón de manos.


Uno de los aspectos más intrigantes de la irrupción mediática de Sulaiman al-Fahim es que su personaje concentra tanta atención que desdibuja lo que hay detrás de él. Sulaiman da la cara, concede entrevistas. Incluso produce un programa con el formato de Gran Hermano, pero de ejecutivos. Un casting sirvió para seleccionar a una docena de futuros yuppies británicos y estadounidenses que juegan al Monopoly en el golfo Pérsico, con dinero contante y propiedades reales. El ganador se llevará un millón de dólares que deberá invertir en suelo de Abu Dabi.

En realidad, Sulaiman es el señuelo perfecto. Sabe captar el interés y, de paso, desviarlo del verdadero hombre fuerte, el que da las órdenes. Y que pasa inadvertido gracias a todo este revuelo. Sulaiman se despacha a gusto. Habla de futbolistas como si fueran caballos de pura sangre. Y se jacta de que el fichaje de Robinho (recuerden, 42 millones de euros) fue amortizado por el petróleo bombeado por los pozos de Abu Dabi en… ¡cinco horas! «Tenemos dinero de sobra para fichar a los mejores jugadores. Ganaremos la Champions en tres años. Nuestro objetivo es ser los mejores del mundo. Mejores que el Manchester United y que el Real Madrid. Tanto en lo deportivo como en el marketing.» La verborrea genera titulares. Y el torrente de titulares sepulta los tejemanejes.


Sulaiman al-Fahim sólo es el brazo derecho del verdadero protagonista de esta historia. Alguien que no habla más de la cuenta ni se fotografía con actrices famosas. Un hombre discreto. Padre de familia muy numerosa. Es él quien ha pagado por el Manchester City y por Robinho y el que financia decenas de operaciones multimillonarias que nada tienen que ver con el fútbol: el jeque Mansur ben Zayed al Nayan, segundo de la familia real de Abu Dabi. Su hermanastro es el regente del país, pero el que maneja el cotarro es Mansur. Graduado en la prestigiosa escuela militar de Sandhurst, es piloto de combate.


Para entender a Mansur, hay que hablar de una vieja rivalidad que se remonta al siglo XIX y se ha enconado como sólo los asuntos de familia suelen hacerlo. La pugna entre las casas reinantes de Abu Dabi (la familia Nayan) y de Dubái (los Maktum) es de las que hacen época. La ojeriza es ancestral y se dirime en todos los terrenos, desde la cetrería hasta los hipódromos. Sería sólo una anécdota, si no fuera porque la economía planetaria, convulsionada, tiene su centro gravitatorio imantado a esos dos emiratos que se llevan a mal traer. Y, aunque parezca exagerado, el asunto afecta a nuestros bolsillos. Y también a nuestro ocio. Los Maktum y los Nayan quieren llevarse un porcentaje por nuestros viajes, nuestras vacaciones y nuestras diversiones.


Hagamos un poco de historia. Los ingleses descubrieron petróleo en los Emiratos en 1958. A Abu Dabi, patria de Sulaiman, le tocó la lotería: una décima parte de las reservas mundiales. Calculan que tienen todavía oro negro para 90 años. Para Dubái, las migajas. Sus reservas no llegan ni al uno por ciento de las de su vecino. Antes de 2030, sus pozos estarán tan secos que sólo habrá escorpiones en ellos.


Sin embargo, en este tiempo Dubái ha aprendido a vivir sin petrodólares. Descubrieron que se gana más dinero comerciando que pirateando y su puerto floreció. Ahora, Abu Dabi aspira a desbancar a Dubái como la ciudad más rica del mundo. Todo cambió con la llegada de savia nueva al poder. El mencionado jeque Mansur al Nayan, que para más inri es primo del jeque Rashid al Maktum, jefe de la casa real de Dubái. Gracias a su todopoderoso fondo de inversiones, si hubiera que poner precio a las cabezas de sus 420.000 ciudadanos de derecho (los trabajadores extranjeros tienen un estatus no demasiado diferente al de los esclavos en la antigua Roma), cada habitante de Abu Dabi tocaría a 15 millones de euros. ¿Pero es usted capaz de situar Abu Dabi en el mapa? Lo que Mansur ha diseñado y Sulaiman está coordinando es la campaña publicitaria más cara de la historia. El desembarco en el fútbol sólo es la parte más vistosa.


De una tacada, Abu Dabi está construyendo una sucursal del Museo Guggenheim y otra del Louvre. Un campus para la Sorbona y otro para la Universidad de Nueva York. Controla el cinco por ciento de la escudería Ferrari. Organizará un gran premio de fórmula uno. Norman Foster diseña la primera ciudad del mundo libre de emisiones de carbón. Producirá ocho películas al año entre Hollywood y Bollywood. Ha invertido en el banco Citigroup y en la constructora Metrovacesa. Ha comprado el rascacielos Chrysler de Nueva York. Construye el hipódromo más rutilante del planeta. Y ahora ha desembarcado en la Premiere League con 40 veces más fondos que Abramovich. Insinúan que Dubái está dispuesto a contraatacar y que intentará apropiarse del Liverpool. Pero el fútbol les importa menos que los caballos. Y lo que está en juego es el honor de los Maktum, que se precian de sus 1.500 purasangres, y el de los Nayan, que quedó seriamente tocado cuando uno de sus caballos fue desposeído de un premio por dopaje. Una humillación de la que han jurado resarcirse. El impacto de esta rivalidad en una economía mundial convaleciente está por ver.

sábado, 20 de septiembre de 2008

MERCADOS EMERGENTES Consumidores último modelo


Peter Kleinschmidt entra hasta los cuartos de baño chinos para investigar cuáles serán los mercados del futuro. Habla con los asiáticos sobre cualquier tema, recorre las tiendas rurales en las que se ofrecen pintalabios junto a hervidores de arroz… Como directivo de una empresa de cosméticos, se codea en sus viajes con chinos, tailandeses o indonesios para hacerse una idea de sus condiciones de vida. Está convencido de que Asia es, con Europa Oriental y Suramérica, el verdadero motor del crecimiento mundial.


En Europa y Estados Unidos el mercado ya está repartido, así que Occidente busca hoy crecer y expandirse en los países en vías de desarrollo. La globalización no sólo aporta hordas de ‘currelas’ baratos, sino también un creciente número de trabajadores que ya pueden permitirse una crema de manos o, al menos, jabón.


Así, las empresas occidentales han puesto su punto de mira en países como China, Brasil o la India. «Allí viven los consumidores del mañana», afirman los expertos, que ya han definido a las personas con unos ingresos mensuales de entre 63 y 700 dólares como the next billion, es decir, los próximos mil millones de potenciales nuevos consumidores.


Obviamente estas empresas deberán tener en cuenta el presupuesto de estos nuevos clientes y, por tanto, producir a unos precios muy ajustados, pero también tendrán que esforzarse para ganárselos con soluciones adaptadas a sus gustos y necesidades. Como el caso de un minienvase de lavavajillas que Henkel vende en la India por una rupia –unos 1,7 céntimos de euro– o un móvil con linterna para los frecuentes apagones de esos países. En su nueva faceta de consumidores, los antiguos pobres del mundo interesan más que nunca: su nivel de bienestar ha aumentado considerablemente y, al mismo tiempo, también su porcentaje sobre el total de la población mundial. Un dato: en la actualidad, ocho de cada diez personas viven en un país en vías de desarrollo. En 20 años serán nueve de cada diez: entre 7.200 y 8.000 millones de personas para el año 2025.


«China, para nosotros, representa una enorme oportunidad», comenta Kleinschmidt. Su empresa ha crecido allí casi un 50 por ciento en 2007. Y es que el continuado incremento económico del gigante amarillo cada vez beneficia a capas más amplias de la población. Aunque «pensar que los consumidores chinos o brasileños llevan años de espera para poder disfrutar por fin de nuestros productos sería simplemente una señal de arrogancia occidental», apunta. Y habla por experiencia propia.


Hace tiempo fracasó en su intento de introducir en Corea una crema de cuidado facial basándose en parámetros occidentales. Otra línea de productos basados en arroz y flores de loto, que en Europa se vendía muy bien anunciándose como el secreto de la belleza oriental, sólo consiguió arrancar carcajadas entre los participantes de los estudios de mercado realizados en Asia.

Así que los fabricantes han asumido que lo mejor es estudiar al detalle las necesidades de los nuevos grupos a los que pretenden dirigirse. Están sacando al mercado productos que sus clientes occidentales desdeñarían por poco útiles. Por ejemplo, Beiersdorf ha lanzado con éxito en Tailandia un desodorante que, usado por la noche, blanquea la piel de las axilas. Dicho de otra manera, el interés de las empresas por los países en vías de desarrollo no sólo busca nuevas aplicaciones a productos ya conocidos, sino también a otros que supongan verdaderas innovaciones.


La multinacional de electrónica Philips es otra de las empresas que ha apostado por las nuevas iniciativas: ha desarrollado un aparato doméstico para el tratamiento del agua concebido, especialmente, para ser distribuido en el mercado indio. Su sistema de filtros, que trabaja con luz ultravioleta, está pensado para desinfectarla.


«En Alemania, el mercado para esta clase de aparatos sería muy reducido, pero en la India existen millones de personas que no cuentan con acceso al agua potable y que necesitan soluciones de este tipo», dice Gottfried Dutiné, uno de sus directivos. El gigante de la electrónica pretende dar a conocer su marca entre los consumidores indios cuanto antes y apuesta por el rápido crecimiento de los niveles de bienestar del país. «Creemos que el número de personas que podrán permitirse nuestras afeitadoras, planchas y televisores en la India aumentará en cien millones en los próximos dos o tres años», añade.


«Necesitamos productos alimenticios asequibles para los mercados pobres», afirman en Nestlé. A largo plazo, la empresa suiza pretende obtener de los países en vías de desarrollo unos ingresos de cerca de 10.000 millones de euros y, al mismo tiempo, hacer una buena obra: las pastillas de caldo Maggi que se venden en África están enriquecidas con yodo. En Perú, sus expertos en nutrición recorren las zonas rurales dando consejos a la población sobre cómo llevar una dieta equilibrada al tiempo que les venden sus productos.


Todo esto hace que sea muy difícil distinguir los límites entre la ayuda a los pobres y las puras estrategias de marketing; entre la mala conciencia y los buenos negocios. Los expertos en ayuda al desarrollo aseguran que sería mucho mejor convertir a los pobres del mundo en productores locales y no animarlos a ser meros consumidores de productos fabricados en Occidente.


En algunos casos, el repentino interés de las empresas occidentales por los sectores más desfavorecidos sí que se ha traducido en colaboraciones con ONG. En el sur de la India, por ejemplo, Allianz coopera en el desarrollo de microseguros con cuotas mensuales de unos cinco céntimos de euro al alcance de quienes quedan desamparados por la enfermedad o la muerte del responsable familiar, tal como ocurrió en el sureste asiático tras el tsunami de 2004.


En cualquier caso, y tal como afirma el prestigioso economista indio C. K. Prahalad en unos de sus libros sobre el Tercer Mundo –en el que plantea las ventajas que supone ver a los pobres como consumidores–, «el potencial de mercado de la base de la pirámide es gigantesco: de 4.000 a 5.000 millones de consumidores infraabastecidos». Los fabricantes ya han tomado nota.

lunes, 15 de septiembre de 2008

GAZPROM: El armamento secreto de Rusia


Antes eran los misiles y los submarinos; ahora, los gasoductos. Un arma muy persuasiva para una Europa energéticamente dependiente. Muchos analistas la consideran la punta de lanza de una nueva guerra fría. Viajamos a Novyi Urengoi, en el corazón de Siberia, para conocer de cerca el imperio energético que hace temblar a los políticos europeos.



Comer sushi y beber vino de Rioja no es lo que uno se espera en la ciudad siberiana de Novyi Urengoi, pisando los 66º de latitud norte, casi en el Círculo Polar, pero es el menú con el que se agasaja a los empleados de Gazprom en el centro de recuperación, unas instalaciones diseñadas para dar descanso a los obreros de los gasoductos y evitar que se quemen, abrumados por las penosísimas condiciones meteorológicas. «Imagínese los turnos a la intemperie, en pleno invierno, sin ver la luz del Sol durante meses. Los compresores y motores diésel deben estar encendidos las 24 horas o se congelan. Los pastores de renos indígenas llamaban a Urengoi `lugar olvidado de Dios´. Y créame que no es ninguna broma. La única forma de que la gente no pierda la cabeza es ayudarla a desconectar. Los pabellones deportivos están equipados a la última. Se les pagan vacaciones en España. Reciben tratamientos de musicoterapia, aromaterapia, lámparas medicinales para compensar la falta de luz, cócteles de oxígeno para reanimarlos… ¡Incluso irrigaciones de colon! Hay que limpiar los intestinos. Un apretón al aire libre en mitad de una ventisca ártica es como defecar una estalactita. Ojo, son tipos que no se arrugan. Sus padres vivieron en contenedores para construir esta ciudad en los años 60, fundada sobre una inmensa bolsa de gas natural en mitad de la nada. Sus hijos sólo tienen permiso para saltarse las clases cuando la temperatura es inferior a 40 grados bajo cero. Únicamente entonces cierran las escuelas. El trabajo es duro, pero aquí todo el mundo trabaja en Gazprom. Y están orgullosos. Y si usted pregunta en cualquier lugar de Rusia, le dirán que tener un enchufe para entrar en Gazprom es asegurarte tu futuro y el de tu familia», explica Guennadi Kutnesov, operario de logística en Urengoigazprom. Desde allí parten tuberías que llegan a Alemania, Holanda e Italia. Una tiradita de 4.000 kilómetros. Desde allí se bombea el combustible que calienta a media Europa. O que la puede dejar helada si se cerrase el grifo. «Ya se lo cerramos a Ucrania una vez, pero es que nos pinchaban las tuberías y nos robaban el gas.»


Cualquier intento, en cualquier época, de comprender lo que pasa en Rusia suele ser frustrante. Es un país tan desmesurado que el poeta Vladímir Voinóvich escribió, fatalista: «Algo se ha aclarado, pero sigue habiendo algo que aún permanece oscuro». Hoy por hoy, una de las pocas formas de intuir lo que se cuece en el Kremlin empieza por entender al `gran mamut´: Gazprom. Si la extinta Unión Soviética hacía desfilar sus misiles como quien enseña sus bíceps, la nueva Rusia imperial y desafiante presume de gasoductos como si afilase sus garras. El oso ha despertado después de un largo sueño de casi 20 años, desde que la URSS implosionó dejando un reguero de repúblicas fracturadas. El primer zarpazo se lo ha llevado Georgia. No será el último. El arma secreta de Vladimir Putin se llama Gazprom. E intimida más que los tanques o los dos batallones de guerrilleros chechenos en las filas del Ejército Rojo.


Asomarse a Gazprom no es tarea fácil. El monopolio del gas ruso es un estado dentro del Estado. Es la mayor empresa gasística del mundo, la tercera mundial en producción de energía, sólo por detrás de E.ON y Suez. También es la tercera mundial de las que cotizan en Bolsa, a tiro de piedra de ExxonMobil y General Electric. Gazprom produce más de medio millón de metros cúbicos de gas, de los que exporta a la Unión Europea 160.000 millones. Controla el 15 por ciento de las reservas mundiales. El 60 por ciento del gas natural consumido en Austria es ruso; el 35 por ciento, en Alemania y el 20 por ciento, en Francia. Finlandia y los países bálticos están enteramente a merced del gigante. Su producción combinada, sumados gas y petróleo, es mayor que la de Arabia Saudí. La compañía vale 260.000 millones de dólares. Tiene 175 subsidiarias, que se dedican a todo tipo de negocios, desde la agricultura hasta la aviación. Es el mayor propietario de suelo en Rusia. Y eso son palabras mayores en el país más extenso del mundo. Además, es la principal fuente de ingresos de la Hacienda rusa. Paga 14.000 millones de euros en impuestos, el equivalente a un 20 por ciento del PIB. Curiosamente, también es el máximo defraudador. Unos 3.000 millones han volado a paraísos fiscales como a las islas Caimán.


Gazprom tiene en nómina a 415.000 empleados. Se los trata a la antigua usanza soviética. La corporación dispone de sanatorios gratuitos para su plantilla y balnearios en el mar Negro. El 70 por ciento de la población rusa vive con 300 euros al mes. Un técnico cualificado de Gazprom puede ganar 3.000. «En Urengoi tenemos 14 guarderías, construidas por Gazprom, que paga el 95 por ciento de los gastos. Los padres sólo abonamos tres euros al mes. Compramos la comida en los economatos de la empresa, a precios simbólicos. Es una compañía seria y disciplinada. No hay huelgas», dice Kutnesov.


La élite de Gazprom se comporta con una prepotencia muy poco diplomática. El presidente ejecutivo, Alexei Miller, es famoso por su falta de tacto. A sus socios y clientes europeos los ha amenazado con vender el gas ruso a China, si no están contentos con sus condiciones. Miller también pregonó hace unas semanas, cuando el precio del petróleo rondaba los 140 dólares, que nadie se rasgase las vestiduras porque ellos trabajaban con la previsión de que el barril superaría los 250 dólares. Los usos y las costumbres de la dirección son tan herméticos como los del Kremlin. De hecho, el gran vivero del Gobierno ruso es Gazprom. La simbiosis entre Gobierno y oligopolio es total. Dmitri Medvédev, presidente marioneta de Rusia al servicio de Putin, fue presidente de Gazprom. Y Putin ha colocado en el timón de la compañía a sus camaradas de los tiempos en la Alcaldía de San Petersburgo. Y a espías de su época en el KGB, como Sergei Ushakov, responsable de seguridad. En ocasiones, los conflictos se dirimen a tiros. Igor Khorshunov fue ametrallado. Era veterano de la guerra de Afganistán y se le había encargado acabar con la influencia de las mafias en la corporación.

El negocio va viento en popa. Gazprom tiene su propio holding mediático y ha comprado la cadena privada de televisión más importante de Rusia. Los barones del gas han irrumpido en la lista Forbes. El campeón de ajedrez y activista político Gary Kasparov se queja: «Rusia tiene a los burócratas más ricos del mundo». El Gobierno utiliza dos métodos para quitar a la competencia de Gazprom del medio. Si tienen un precio, paga, como hizo con el magnate Abramovich, presidente del Chelsea. Si no, los mete en la cárcel, como sucedió con Mijail Jodorkovsky, que acabó en una prisión de Siberia acusado de fraude fiscal. Putin recurre, asimismo, a una agresiva política de fichajes. Tiene en nómina nada menos que al ex canciller alemán Gerhard Schroeder. Y es que el seis por ciento de la compañía está en manos germanas. Y Alemania es su principal cliente. También hay unos cuantos ex agentes secretos de la Stasi en puestos clave.


Gazprom está envalentonada. Su eslogan: «los sueños se hacen realidad». Quiere lanzar una OPEP del gas, como la que agrupa a los países productores de petróleo. Irán apoya la idea; Argelia, no. Y Europa se echa a temblar. Se supone que si Gazprom va bien, Rusia va bien. Pero hay que matizar. Quiere subirles la factura del gas a los consumidores rusos un 25 por ciento. Si lo consigue, los dividendos la encumbrarán como la primera empresa del planeta. También condenará a muchos rusos a morir de frío.


Otra paradoja eslava: la compañía controla las mayores reservas de gas del mundo, pero en miles de aldeas los habitantes se siguen calentando con estufas de leña. En los años 90 encarnó el arquetipo de compañía soviética inmune a las reformas. Se destinan muy pocos fondos para inversiones básicas y se aplazan año tras año.


Gazprom fue un ministerio y nunca estuvo en manos de inversores extranjeros, como sucedió con la mayoría de las empresas públicas que fueron privatizadas en la época de Yeltsin. Su prestigio entre los rusos está intacto. Y ahora quiere proyectarlo fuera del país. Patrocina al Zenit de San Petersburgo, un equipo de fútbol del montón que gracias a la inyección de rublos le ha birlado la Supercopa al todopoderoso Manchester. Estuvo a punto de patrocinar al Real Madrid y ha salvado de la ruina al equipo alemán Schalke. Además, proyecta la construcción en San Petersburgo de un rascacielos que será la sede de la compañía y costará 1.800 millones de euros. Arquitectos tan prestigiosos como Norman Foster se retiraron del jurado por las presiones.


Para algunos analistas se avecina una dictadura del gas impulsada por Putin y con Gazprom como punta de lanza. Así lo ve Edward Lucas, corresponsal de The Economist. «Gazprom no es una empresa cualquiera, es un arma económica de un Estado poderoso con un interés manifiesto en enfrentarse a Occidente», advierte. El primer asalto fue en Ucrania. Rusia cortó el suministro alegando que se le debían 1.200 millones de euros. Sólo fueron unos días, pero bastaron para poner los pelos de punta a los políticos europeos. Putin tomó nota. El segundo asalto ha sido la miniguerra en Georgia y Osetia del Sur. Conviene hacer una lectura en clave geoestratégica de lo que se dirime a cañonazo limpio. La UE depende en gran medida del gas ruso. Esto le preocupa desde la crisis entre Rusia y Ucrania (el principal gasoducto, la gran femoral, es la tubería que conecta Siberia con el centro de Europa pasando por suelo ucranio, la que los rusos cerraron en un arranque de mal genio). Lo que entonces fue preocupación, ahora es angustia con el conflicto georgiano.


En realidad, hablar de la Unión Europea como una organización cohesionada es mucho hablar. Cada país intenta apañarse a su manera. Los alemanes proyectan con los rusos un ramal por el Báltico. Los italianos hacen lo propio por el sur… El único proyecto audaz y genuinamente europeo era el gasoducto Nabucco, pero Gazprom lo ha desactivado asociándose con Turkmenistán. Además, negocia con Marruecos y Libia para establecer una cabeza de puente en el Magreb. Ya tiene engatusada a Nigeria (suministrador de España) y ha puesto sus ojos en Latinoamérica. Putin también ha reactivado las relaciones con Cuba, lo que inquieta a Estados Unidos (aliado de Georgia).


Pero el negocio es el negocio. Y Gazprom pretende montar una cadena de estaciones de servicio de gas natural para abastecer a los automovilistas europeos que quieran un combustible más barato. En este laberinto de intereses, Gazprom es palo o zanahoria, dependiendo de si Putin quiere castigar o premiar a sus vecinos. O como resume Kutnesov: «Los occidentales se reían de Yelsin y sus borracheras. Era un bufón. Putin se va de vacaciones en plena guerra con Georgia y caza un tigre siberiano para salvar a unos periodistas. Puede que fuese un montaje, pero qué importa. Hemos recuperado nuestro orgullo. En los colegios ya no es tabú hablar bien sobre Lenin y Stalin. Rusia ha vuelto».

martes, 9 de septiembre de 2008


Por cada ser humano hay doscientos millones de insectos. Así dicho, suena alarmante; sin embargo, apenas los vemos. La razón es que en su lucha por la supervivencia, se han convertido en maestros del disfraz. Un nuevo libro de fotografía los rescata del `anonimato´ mostrando una belleza que tendemos a pisotear.



Fernando González se concentraba para servir. Estaba en juego la medalla olímpica de oro, aquella que daría el nombre del mejor tenista en las olimpiadas de Pekín, y el partido no se presentaba fácil. Delante tenía al número uno del mundo, Rafa Nadal. González no se demoraba en su saque. Tres botes al suelo eran suficientes. Pero al segundo bote algo se cruzó con su pelota. Desconcertado levantó la vista siguiendo la estela blanca del objeto y con él millones de espectadores en todo el mundo se preguntaron qué era aquello. Para los presentes, sin embargo, no era ninguna novedad. Una polilla había parado el juego. Era uno de los miles de insectos que durante los Juegos Olímpicos han rondado a los atletas; unos pequeños seres que pasan generalmente inadvertidos y que, sin embargo, superan en número a todo el resto de los grupos animales juntos.


Los insectos llevan en la Tierra más de 300 millones de años. Su diversidad, su esqueleto externo, su capacidad de adaptación y su insólita resistencia les han permitido alcanzar un éxito evolutivo sin precedentes; hoy son el grupo animal que domina la vida en la Tierra.


En la actualidad, los científicos tienen catalogadas más de 950.000 especies. Y es sólo el principio. Para muchos especialistas el número podría ascender hasta los 30 millones si contáramos con todas las que presumiblemente quedan por descubrir. Un número pequeño si entramos a hablar de individuos de cada especie. Sólo el grupo de las hormigas da unas cifras escalofriantes. En el mundo hay unos 10.000 billones de hormigas cuyo peso conjunto –calculando una media de 5 mg por hormiga y de 55 kg por persona– equivale al peso conjunto de los 6.000 millones de seres humanos que poblamos actualmente nuestro planeta. ¿Cómo es posible, entonces, que diariamente no nos veamos rodeados por ellos? Los insectos son un grupo de supervivientes. Son capaces de colonizar la tierra, el aire, el agua, los desiertos e incluso las zonas polares. Se han descubierto insectos bajo las piedras de la Antártida, en las abrasadoras arenas del Sahara, en las grietas de las más altas montañas… Son maestros del disfraz, camuflándose hasta hacerse invisibles. Muchos se organizan socialmente distribuyéndose los trabajos de forma especializada; otros son capaces de asimilar los productos tóxicos con los que les atacamos, los almacenan y utilizan después contra sus enemigos. Son, en definitiva, pequeñas maravillas zoológicas que pasan inadvertidas.


Pero que no los veamos no significa que no estén. Diariamente, millones de cucarachas se esconden en las cañerías, alcantarillas, subsuelo y todo tipo de resquicios de nuestras grandes ciudades. Un ejército de comedores de detritus, como las hormigas o los llamados pececillos de plata, pasea por nuestras casas cuando nos vamos a dormir. Cientos de moscas, mosquitos y otros pequeños insectos voladores se cruzan con nosotros a todas horas. Están en todas partes; sólo tenemos que fijarnos e intentar vencer nuestros prejuicios.


Lo poco que sabemos de los insectos es su capacidad para ser molestos, peligrosos, dañinos o `asquerosos´. Y cometemos una gran injusticia. Bien es verdad que algunos causan destrozos a las cosechas, pero en un grupo tan numeroso los beneficios son mayores que los daños. Les debemos la mayor parte de la polinización y, por tanto, de todas nuestras cosechas. Les debemos, también, la salud de los bosques, la limpieza de nuestros suelos, la alimentación de la mayoría de los otros grupos animales...


Sí, puede que no sean los seres más agradables de la Creación, pero tenemos la idea equivocada de que son nuestros enemigos y que habría que acabar con ellos. Si lo consiguiéramos, estaríamos firmando nuestra propia sentencia de muerte como especie.

jueves, 4 de septiembre de 2008

ENERGIAS `VERDES´


Será en 2010: la UE quiere eliminar por ley las bombillas convencionales hasta sustituirlas por las llamadas de ‘bajo consumo’. La razón, evitar que el gasto mundial de electricidad en iluminación se incremente en un 80 por ciento para el año 2030. No queda otra que regular el mercado; así lo aseguran los expertos y así lo afirma la Agencia Internacional de la Energía. Para empezar, la tecnología de las ‘de toda la vida’ –100 vatios, una duración media de un año y un coste de unos 15 euros anuales– data de 1940. Para continuar, las nuevas lámparas incandescentes tienen una duración 15 veces mayor que las tradicionales y requieren un 80 por ciento menos de consumo que sus predecesoras, lo que es una cifra nada despreciable que desglosamos: sólo la Europa de los 27 se ahorraría 335 millones de barriles de petróleo al año. En oficinas e industria las facturas eléctricas anuales se reducirían en 6.650 millones de euros; en alumbrado doméstico –responsable, por cierto, del 20 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero– lo haría en 10 millones de euros, lo que supondría, además, emitir 25 toneladas de CO2 anuales menos.


Por ahora, su elevado precio –entre 3,25 y 16,50 euros– parece asustar a los consumidores. Sin embargo, su vida útil es de seis años y, con respecto a las antiguas, consume, de media, 12 euros menos por año. ¿Iluminado por la noticia?