La Gran Muralla de China o el Muro de los 10.000 Li —como se le conoce en China— fue nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1987 y fue elegida como una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno en 2007.
El inicio de su construcción data de la Dinastía Qin y se remonta al año 221 a.C., cuando el primer monarca que unificó China, Qin Shi Huang, restauró los diseminados muros de defensa procedentes de la Época de los Reinos Combatientes (476-221 a.C.) y los conectó en una nueva construcción de 4.800 kilómetros. En el 206 a.C., la Dinastía Han extendió el muro hasta el Desierto de Gobi, en Mongolia, para conjurar la amenaza de los hunos que acaudillaba el temido Atila. Pero la Gran Muralla que hoy conocemos procede, en gran medida, de la Dinastía Ming (1368-1644), que introdujo ladrillos como los que se emplean actualmente y convirtió la obra en un prodigio de la ingeniería al extenderse por escarpadas montañas con pendientes de hasta 70 grados.
El propósito original de la Gran Muralla no fue estrictamente impedir la invasión de los hunos mongoles de norte. Lo que se pretendía conseguir era que, en su imparable avance hacia el sur, no la pudiesen atravesar con sus caballos, lo que acababa con gran parte de su capacidad conquistadora e impedía la destrucción y el saqueo del territorio protegido.
La muralla comienza cerca del mar, en la pequeña ciudad de Chau-Hai-Kuan, a poca distancia al nordeste de Pekín, extendiéndose hasta Yang Kuan, cubriendo una distancia lineal de 3.460 km en su brazo principal, más otros 2.860 km en ramales secundarios. Actualmente sólo el 20% de la construcción se mantiene en pie, un 30% se encuentra en malas condiciones y el resto ha desaparecido casi por completo.
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