lunes, 21 de febrero de 2011

¿Vivirá este bebé 150 años?


La mitad de los bebés que han nacido hoy en España llegará a centenario. La nanobiotecnología y la ingeniería genética ya exploran caminos para que vivamos entre 130 y 150 años... y sin achaques. La revolución de la longevidad está en marcha. Y los investigadores están consiguiendo los primeros resultados; por los menos, en sus laboratorios. Pero ¿cuáles serán las consecuencias para el planeta de esta carrera contra el tiempo?



Vladimir Skulachev, decano de Bioingeniería en la Universidad Estatal de Moscú, dejó atónita a la comunidad científica en septiembre, cuando anunció que había descubierto poco menos que el elixir de la eterna juventud: una molécula antioxidante que frena en seco el envejecimiento de las células, que se venderá en las farmacias en 2016 y que por el mismo precio será capaz de curar el glaucoma, la artritis, la diabetes tipo II, algunos linfomas e incluso la calvicie. «El aire que respiramos nos va desgastando. La clave está en el oxígeno, necesario para transformar los alimentos en energía. Un porcentaje ínfimo se convierte en un agente tóxico -los radicales libres- capaz de penetrar la membrana celular y, con el tiempo, dañar las mitocondrias, nuestras turbinas. Las células tienen sus defensas, pero llega un momento en que se cansan de resistir y se hacen el «haraquiri».


Este suicidio se llama «apoptosis» y es una especie de obsolescencia programada, como la que limita la vida útil de los electrodomésticos. «Pero este programa de autodestrucción diseñado por la naturaleza puede ser desactivado si bloqueamos la oxidación celular. Los experimentos con animales son muy prometedores y ya hay miles de candidatos haciendo cola para los ensayos en humanos. Si mis teorías son correctas, el hombre podrá vivir diez veces más que ahora y alcanzar los 800 años de edad», asegura Skulachev.


¿Se le ha ido la cabeza tras 40 años de investigaciones? Quizá. Pero Skulachev no tiene aspecto de alquimista. Académico prestigioso, elogiado por el premio Nobel de Medicina Günter Blobel -lo considera «el mejor bioquímico del mundo»-, cuenta, además, con padrinos importantes: el presidente ruso, Dimitri Medvédev, y el millonario Oleg Deripaska, que ha aflojado 440 millones de euros para comercializar la panacea.


Desde siempre, el ser humano ha acariciado el sueño de ser inmortal. O, por lo menos, de estirar al máximo su estancia en el mundo. «La máquina humana está programada para una longevidad de 120 años», señala el oncólogo Roland Moreau. Solo hay constancia de una persona que haya superado esas «prestaciones de fábrica» (sin incluir a Matusalén): la francesa Jeanne Calment, que murió en 1997 a los 122 años. No obstante, somos cada vez más resistentes. Los niños que nacen hoy en España ya no tienen cheque bebé, pero uno de cada dos alcanzará los cien años. Y es que la esperanza de vida no ha dejado de aumentar. En nuestro país ha pasado de 34 años en 1900 a 81 en la actualidad (78 los hombres, 84 las mujeres).


Pero no nos conformamos. La mejora de la higiene y los avances de la medicina, la supresión del tabaco, el menor consumo de azúcar y grasas trans y el ejercicio físico, además de buenos genes, eran nuestro pasaporte a la longevidad. Ahora, la nanobiotecnología, la biología de síntesis y la ingeniería genética exploran caminos para que vivamos entre 130 y 150 años. Sin esfuerzo. No es la vida eterna, pero muchos firmarían. Y más teniendo en cuenta que el gran reto científico no es añadir años en bruto a nuestras biografías, sino que los vivamos con salud. Calidad antes que cantidad.


¿Qué influye más: el estilo de vida o la predisposición genética? Los gerontólogos discrepan. Se han realizado decenas de estudios a los abuelos de Okinawa (Japón) y Sardinia (Italia), dos lugares con una extraordinaria población de centenarios; muchos de ellos, activos y con una vitalidad envidiable. Los ancianos japoneses comen como pajaritos (unas 1.800 calorías, mucha fibra y poca sal), duermen bien, caminan mucho y son valorados por la comunidad y respetados por los jóvenes. Los italianos tienen un nivel de estrés muy bajo, se deprimen poco y casi todos cuidan de una huerta o jardín, lo que los obliga a agachar el lomo y mantenerse en forma. Los científicos calculaban por ello que los factores ambientales determinaban el 70 por ciento de nuestra esperanza de vida. «Puedes tener los genes de un Mercedes-Benz, pero si nunca le cambias el aceite, no durarás mucho», resume Bradley Willcox, uno de los investigadores de Okinawa.


Pero los últimos hallazgos anteponen la importancia de la herencia. El más reciente es una investigación de la Universidad de Boston que ha detectado 150 variantes genéticas -para entendernos, pedacitos de ADN- en el análisis de mil centenarios. Estos marcadores permiten identificar a aquellas personas que alcanzarán una senectud muy avanzada con un 77 por ciento de acierto.


Si el legado de nuestros padres no ayuda, la ciencia aspira a echarnos un capote. Se trabaja en varias direcciones para contrarrestar la desigualdad genética y convertir a cualquier hijo de vecino en un supercentenario potencial. Es una revolución que marcará las pautas de la investigación biomédica en las próximas décadas. Por un lado, la medicina regenerativa reparará órganos y tejidos mediante la inserción de células madre. Ya se hacen injertos de piel, de hueso de tendones, ¿por qué no cultivar neuronas para curar el párkinson o células beta pancreáticas para reactivar la producción de insulina? William Haseltine, pionero de estas terapias, asegura que será posible fabricar un hígado o un corazón a partir de células sintéticas, dotadas de un ADN optimizado a modo de garantía de calidad. Por otro, la producción de fármacos mediante ingeniería genética. Hacen falta unos 15 años para comercializar cada nuevo medicamento, aunque ya hay cientos en diversas fases de experimentación.

Resultan, asimismo, alentadoras las propiedades de una enzima llamada «telomerasa», cuyo estudio valió el premio Nobel de 2009. Se sabe que el número de veces que una célula puede dividirse está predeterminado y condiciona la esperanza de vida. Este número viene marcado por los telómeros, una especie de contador en los cromosomas. La telomerasa permite que la división celular continúe indefinidamente. El problema es que puede desencadenar tumores. Otras sustancias en estudio son el resveratrol, que se encuentra en el vino tinto y los cacahuetes, o la rapamicina, descubierta en el suelo de la isla de Pascua. En fin, por investigar, se investigan hasta las propiedades regeneradoras de animales como la salamandra.


La revolución de la longevidad presenta retos adicionales. ¿Puede nuestro planeta permitírsela? ¿Qué efectos tendrá en la economía, en el medio ambiente, en el consumo mundial de alimentos y de agua o en la factura de la sanidad cada año extra de vida que gane el ser humano? De momento, el retraso de la edad de jubilación que tanta polémica está generando en varios países europeos podría quedarse corto a la vuelta de unos años. ¿Qué pasará conforme aumente la esperanza de vida? De hecho, el Instituto Nacional de Estadística prevé que en 2948 los españoles vivirán de cuatro a cinco años más que ahora. ¿Nos jubilaremos entonces a los 65, a los 67, a los 70...? La preocupación no es nueva ni exclusiva de Europa. Trae de cabeza a Estados Unidos, Japón, Corea del Sur, China y Rusia. La revista Time vaticinó, nada menos que en 2002, que «estas tendencias demográficas podrían llevarnos a que vuelva la norma histórica -trabajar hasta caer muerto- y acabar con el experimento de las últimas décadas, la única vez en la historia que la gente sana ha dejado de trabajar en los últimos 20 o 30 años de sus vidas».


«El envejecimiento de los países desarrollados ya se podía predecir en los años 70. Era previsible que en 40 años habría demasiada gente mayor y se jubilarían con una pensión más baja que la generación anterior, pero ha cogido con el pie cambiado a casi todos los gobiernos de la Unión Europea, excepto al de Holanda, que destinó capital extra a su sistema de pensiones y ahora es estable», explica Brigitte Miksa, portavoz de la aseguradora Allianz. En 2010, el número de jóvenes que accedió al mercado laboral en la UE fue, por primera vez, menor que el de trabajadores que se retiraron, una tendencia que se irá agudizando con la jubilación de las sucesivas generaciones de baby boomers, los nacidos durante la explosión de natalidad entre 1950 y 1970.


Y está por ver que los años que vivamos de propina se disfruten con salud. Un estudio de la Universidad del Sur de California concluye que la tasa de vida saludable (sin enfermedades) de los americanos se ha reducido en un año en la última década. Traducción: se vive más, pero con más achaques. En nuestro país, el Ministerio de Sanidad señala que los seis años y seis meses que las españolas sobreviven de media a los hombres son un regalo envenenado. Sufren más dolores, enfermedades y depresiones que sus compañeros de asilo.


Con estas perspectivas, ¿quién quiere ser inmortal? La Fundación Matusalén destina un fondo de 3,8 millones de dólares para premiar a los científicos que consigan alargar la vida de las cobayas, con la esperanza de que esos avances sean más tarde aplicables al género humano.


«Hasta ahora la restricción de calorías es el más efectivo, y se descubrió hace 60 años», cuenta Marc Hellerstein, nutricionista de la Universidad de Berkeley. Sin embargo, ese método tiene pocos adeptos. Pasar hambre no resulta tentador. Quizá porque, más que vivir muchos años, lo que la mayoría quiere es disfrutar de la vida.

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