sábado, 11 de octubre de 2008

NANOPRODUCTOS


Alimentos, pasta de dientes, ropa… A diario usamos, sin saberlo, decenas de productos con nanopartículas, unas moléculas última generación 5.000 veces más pequeñas que el punto al final de esta frase. La industria dice que no entrañan riesgos, pero los consumidores europeos no lo tienen tan claro.



Muchas gracias, querido lector, por poner su cuerpo a disposición de la ciencia y aplicar sobre él sustancias completamente desconocidas. Es posible que sean beneficiosas para su salud, pero también que sean nocivas. No hace falta que consulte a su médico o farmacéutico sobre sus riesgos o efectos secundarios, porque ellos tampoco tienen ni idea.


Protectores solares y dentífricos, cremas antiarrugas y chicles, calcetines y pintura... Los consumidores usan a diario y sin saberlo productos que contienen nanopartículas, diminutos granos de menos de 100 nanómetros (un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro).


Las camisetas de los deportistas ya no huelen después de los entrenamientos gracias a partículas microscópicas de plata. Las cremas solares son ahora transparentes porque moléculas de dióxido de titanio bloquean la radiación ultravioleta. Las cremas antiarrugas crean una ilusión óptica digna de un mago: partículas diminutas reflejan la luz en los pliegues de la frente de tal manera que no crea sombras y, por lo tanto, las arrugas no llaman tanto la atención. Y gránulos invisibles en los azulejos del baño repelen la suciedad igual que hacen algunas plantas. Hasta aquí las buenas noticias.


Las malas: hace ya tiempo que existen indicios sobre los posibles riesgos que entrañan. Las nanopartículas son tan pequeñas que podrían actuar a nivel celular. En experimentos con animales y en cultivos de laboratorio se ha comprobado que estos gránulos del tamaño de una bacteria pueden provocar reacciones indeseadas. Si son fagocitados por los glóbulos blancos, acaban sobrecargando el sistema inmune y reducen su eficacia contra las infecciones. Si son respirados, se adentran en los pulmones, llegan a los alvéolos y de ahí pasan a la sangre, que los distribuye por todo el cuerpo. Quizá podrían influir en la aparición de enfermedades como el párkinson o el alzhéimer.


No perdamos la calma. No se ha podido demostrar hasta la fecha ninguno de estos efectos, pero la preocupación es legítima. En cierto modo recuerda a la alarma creada en su momento por las radiaciones de las antenas de telefonía móvil. De momento pagan el pato los ratones de laboratorio. Por ejemplo, han desarrollado síntomas similares a la intoxicación por amianto cuando se les inyectan nanotubos de carbono en el abdomen. ¿Son las nanopartículas el nuevo amianto? Es pronto para responder a esta pregunta. Y que se sepa, todavía no hay víctimas humanas de las que compadecerse. Pero la preocupación crece entre los consumidores. Y en el mercado ya existen unos 500 nanoproductos, desde detergentes hasta calcetines. Y no existe una legislación europea que obligue a identificarlos. Una temeridad. Especialmente en los sectores de la alimentación y la cosmética. En Estados Unidos ya se ha pedido una moratoria sobre la utilización de nanomateriales en los productos del supermercado.


Pero es precisamente ahí donde las nanopartículas obran milagros. Mejoran el espolvoreado, transportan vitaminas, sustituyen a las grasas, hacen más cremosas las salsas e impiden que las salchichas pierdan su color. Pero los fabricantes se cuidan mucho de decir para qué las emplean o incluso si lo hacen.

Hasta ahora, las asociaciones de fabricantes han bloqueado cualquier tipo de medida informativa. «Los nanoalimentos de los que tanto hablan los medios de comunicación son ciencia ficción –aseguran en una nota de prensa–. En estos momentos no es necesaria una regulación legal adicional.»


¿Seguro? He ahí la cuestión. ¿No es de sentido común adoptar un distintivo especial para los productos que contengan nanoalimentos, una especie de tabla de ingredientes similar a la que recoge la información nutricional o, al menos, un aviso más o menos neutro de que sus ingredientes contienen nanopartículas? ¿No tienen los consumidores derecho al menos a conocer eso? Los críticos señalan que la nanoindustria actúa en un limbo legal. Ni siquiera hay unanimidad sobre qué considerar nanopartícula. ¿Debería considerarse `nano´ todo aquello con un tamaño por debajo de los 500 nanómetros? ¿O mejor por debajo de los 100 nanómetros? Para hacerse una idea, una nanopartícula es a un metro lo mismo que un balón de fútbol al planeta Tierra. Y no es raro que un material que los científicos creían conocer a la perfección adquiera nuevas propiedades reducido a nanopartículas.


Lo que antes se consideraba inocuo pasa ahora a ser agresivo; las mezclas que deberían espesarse siguen siendo líquidas; el carbono antes aislaba, ahora es un conductor estupendo. Y el semiconductor arseniuro de galio en su versión nano ya no se funde a los 1.600 grados, sino a los 400. Enfocar los ojos al mundo de lo diminuto abre las puertas de un universo exótico, donde las propiedades de los materiales cambian de manera sorprendente. Por ejemplo, las cremas solares... No embadurnarte de crema y distribuir uniformemente una loción invisible es un avance estético, ¿pero hasta dónde penetran las nanopartículas de dióxido de titanio aplicadas sobre la piel?


Medirlo no es nada fácil. Estas moléculas son demasiado pequeñas para el microscopio. Quizá sólo sean unos pocos micrómetros en la epidermis. En el caso de las pieles sanas es tranquilizador. ¿Pero qué pasa con una piel problemática, por ejemplo aquejada de soriasis, que la vuelve quebradiza como el hojaldre? Es posible que las partículas presentes en las cremas solares o en la ropa interior antiolor puedan atravesar la piel y llegar a los vasos sanguíneos y, a través de ellos, al cerebro. Esto sí que sería un problema. Muchas nanopartículas son tan pequeñas que no hay nada que pueda detenerlas. Podrían alcanzar el interior de las células igual que hacen los virus.


El tamaño es importante, pero también la forma que adopten. El carbono, por ejemplo, es un material que podemos encontrar en forma de durísimo diamante o de frágiles barras de grafito. Pero si lo transformamos en diminutos tubos o esferas, los llamados `nanotubos´, su comportamiento cambia completamente. Las leyes habituales de la química se ven sustituidas por las leyes de la física cuántica y el material se vuelve más resistente que el acero... y tremendamente tóxico.


Prácticamente, todo lo que respiramos, ingerimos o nos aplicamos sobre la piel debería ser tenido en cuenta en el análisis de riesgos. Una nanocomisión alemana publicará un informe este otoño que puede dar pautas al resto de los países europeos, entre ellos España. Los científicos ya han dado con algunas sorpresas. Un ejemplo: vista a una escala microscópica, la película de crema solar se reparte sobre la piel de una forma muy irregular. La consecuencia es que algunas partes diminutas de la epidermis no quedan protegidas contra la cancerígena radiación ultravioleta. Y estas zonas no se pueden apreciar a simple vista, sobre todo si las cremas son transparentes.

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