lunes, 20 de octubre de 2008

EL PUNTO G DE INTERNET


Nació hace diez años en un garaje de Silicon Valley y hoy es el gran gigante mundial de la Red. Más de 14 millones de españoles utilizan sus servicios. Desde el buscador hasta YouTube o Gmail. Un fenómeno, ajeno a la crisis, que recibe este año el premio Príncipe de Asturias de las humanidades y la comunicación.



En la Torre Picasso, en el corazón financiero de Madrid, rodeados de yuppies encorbatados y engominados, trabajan los empleados de Google.es, la división española del gran gigante de Internet. En la planta 26 del edificio, sin embargo, no se ven corbatas. Es más, la presencia de dos futbolines, balones de goma, enormes pufs de colores, videojuegos, un sillón de masaje o una cafetería con una de las mejores vistas de Madrid completa un cuadro donde la formalidad ha sido desterrada. Al parecer, ésta no se necesita en absoluto para dominar el mercado publicitario de la Red, figurar entre las pocas corporaciones inmunizadas contra la crisis –este año ingresará unos 22.000 millones de euros, 6.000 más que en 2007– o ser reconocida con todo un premio Príncipe de Asturias.


Visitar cualquiera de las 22 oficinas que Google tiene repartidas por los cinco continentes puede llevarte a pensar que el mundo es color de rosa. Diez de cada diez empleados aseguran disfrutar de la felicidad absoluta en su vida laboral. La identificación corporativa entre la plantilla es tan vehemente que, a veces, parecen olvidar que trabajan en una empresa. «Google rejuvenece», afirma José López de Ayala, Pepe para sus compañeros, director de Alianzas Estratégicas de Google.es. A sus 37 años, no es que aparente diez menos ni nada parecido, pero asegura que ir a trabajar es un «auténtico placer». Cecilia González, estratega de cuentas recién entrada en la treintena –La Friki por su afición al cómic y la serie Z–, ofrece, entre risas, otro ejemplo significativo: «El jefe se mosquea si unos se ponen a jugar al futbolín y no lo llaman a él».


Pocos trabajadores se jugarían las alubias criticando a sus jefes ante un periodista, pero es que en el caso de los googlers (así se denominan a sí mismos) la intensidad con que cantan las alabanzas a su patrón roza la adoración. Cuando hablan de «Los Fundadores», más que en Larry Page y Sergey Brin –ellos crearon Google hace diez años en un garaje de Silicon Valley–, uno tiende a pensar en George Washington o Thomas Jefferson, tal es el fervor que se apodera del ambiente.


La palabra clave aquí es googliness, un elemento subjetivo sin el cual es imposible formar parte de esta empresa. Olga San Jacinto, una de las ‘madres fundadoras’ de Google.es –división que nació hace cinco años, siguiendo el modelo de la casa madre, «en una habitacioncita en la calle López de Hoyos»–, ha examinado desde entonces a cientos de candidatos en busca de ese algo especial. «Cuando contrato a alguien –revela– busco, primero, una buena preparación y elevada capacidad intelectual. Pero eso no basta, necesito ver que has sabido encauzar tu carrera, que te has embarcado en proyectos en los que creías. Luego quiero saber si tienes chispa en la vida. No queremos personas que sólo viven para trabajar. Necesito saber si pones intensidad en lo que haces, si tienes capacidad de reacción, si creo que te vas a adaptar, si tu mentalidad es flexible y abierta… ¡Si tienes googliness, vamos!», concluye Olga como si la palabreja fuera un miembro de su familia.


Uno de los secretos de Google radica en el trato que da a sus asalariados. Entre sus principios destacan frases como: «Eres inteligente y tu tiempo importa», «somos serios, menos cuando no lo somos», «es posible ganar dinero de forma ética», «las grandes ideas son nuestro motor», y por ahí. La camaradería, la posibilidad de relajarse en horas de oficina, la concentración de talentos que reúne y la escasez de jerarquía corporativa, que permite una comunicación rápida y eficaz entre empleados y jefes –«El mensaje es que todos podemos aportar», añade Pepe–, completan el retrato de este fenómeno empresarial que, según la consultora comScore, atrae en España a más de 14 millones de usuarios al mes. Junto con su filosofía laboral, otra clave de su éxito es la gratuidad de todos sus productos, a excepción de la publicidad, de donde extrae el 99 por ciento de sus ingresos.


El 19 de agosto de 2004, Google comenzó a cotizar en Bolsa con un precio por acción de 85 dólares. Tres años después alcanzaba su récord histórico de 747 dólares, multiplicando por casi nueve puntos su valor. Google es, queda claro, la envidia del mundo empresarial tras haber creado un modelo de éxito completamente nuevo, combinando ingentes beneficios económicos con un carácter filantrópico. «Trabajamos para democratizar el acceso a la información para cualquier persona, en cualquier lugar y en todas las lenguas –expone Javier Rodríguez Zapatero [no, no es pariente del presidente del Gobierno], director general de Google.es–. Más información implica más oportunidades, más libertad y más recursos para las personas.» Más de cien dominios de Internet distintos en otros tantos idiomas son la prueba de ello. Es así como esta empresa se convirtió en un símbolo admirado por su compromiso anticensura o contra ideas como «el beneficio por el beneficio».


Esa imagen, sin embargo, se resintió hace dos años, al anunciar su entrada en China aceptando someterse a las exigencias del Gobierno en materia de censura: bloqueo de blogs, páginas vetadas, imágenes de Google Maps que no se muestran... Organizaciones como Reporteros Sin Fronteras [RSF] acusaron a la compañía, cuyo lema principal es «Don’t be evil» [No seamos mala gente], de impedir la libertad de expresión. «Nosotros aceptamos la legislación local. No podemos entrar en un país si no cumplimos sus leyes», argumenta Zapatero. Para RSF, por el contrario, el trasfondo del asunto sitúa a Google como una más entre las miles de empresas ansiosas por morder un pedazo del jugoso mercado chino. «Aunque haya contenidos vetados, con nuestra presencia, los usuarios chinos tienen ahora más acceso a la información que antes», rebate Zapatero.

Los tentáculos de Google son tan extensos –más del 60 por ciento de los internautas usa su buscador– que asusta a los defensores de la privacidad, quienes temen que la acumulación de datos represente una invasión de las libertades civiles. Esa información abarca el contenido de los correos de Gmail, las búsquedas de los internautas o los detalles de tarjetas de crédito en su sistema de pago Google Checkout.


Para contrarrestar esas críticas, la empresa redujo en septiembre de 18 a nueve meses el tiempo que retiene datos del usuario. «Nuestros ingenieros han conseguido que las búsquedas sean igual de eficientes reteniendo menos tiempo la información –explica Bárbara Navarro, directora de Relaciones Institucionales–. La defensa de la privacidad es parte de la cultura de esta empresa. Los usuarios, para confiar en nosotros, deben saber que protegemos sus datos. Es la base de nuestro negocio.»


El asunto que más dolores de cabeza le ha provocado al gigante de Internet, sin embargo, es la protección de los derechos de autor. Sobre todo desde que adquiriera YouTube [en noviembre de 2006 por 1.032 millones de euros], el mayor portal de contenido audiovisual, con casi 100 millones de vídeos vistos al mes. La demanda presentada por Tele 5 para evitar que sus programas sean colgados en YouTube –pendiente de resolución– es sólo la última de una larga lista de pleitos por violación de copyright iniciados contra Google por cadenas como la francesa TF1, la estadounidense Viacom, productoras, discográficas o artistas como Prince.


Ante semejante alubión, la pregunta es obligada: ¿cómo se combina la democratización de la información con la propiedad intelectual? «Google es sinónimo de democracia y libertad, pero también es un defensor a ultranza de los derechos de propiedad intelectual –responde Rodríguez Zapatero–. Hacemos todo lo posible para que se preserven en un entorno en el que es muy difícil hacerlo. Estamos invirtiendo una cantidad ingente de recursos en tecnología para identificar contenidos que han sido colgados de manera ilegal. Es una de nuestras grandes prioridades.»


María Ferreras, Conchi para sus colegas y máxima representante de YouTube en España, presentó este mes la herramienta que, esperan, detenga todos los pleitos y polémicas que persiguen a la empresa. Se trata del Vídeo ID, una aplicación que «permite a una cadena o distribuidora comparar cada fotograma del portal con los ya publicados, suprimiéndolos si estima que hay vulneración de derechos», explica Ferreras, de 37 años, que entró embarazada de ocho meses en la empresa.


Desde su aparición en febrero de 2005, YouTube
se ha
convertido en el mayor fenómeno de la Red, algo que muchas empresas audiovisuales interpretan como una amenaza. Otras, como la BBC o casi todas las españolas, salvo Tele 5, asegura Ferreras, han establecido acuerdos con el portal, abriendo sus propios canales en YouTube. La responsable en España, donde cuenta con más de ocho millones de usuarios, afirma que YouTube «ha puesto todas las herramientas que posee a disposición de los dueños de los contenidos para que puedan proteger sus obras».


En Google, reconocen que YouTube les ha aportado un alto valor añadido, aunque sea proporcional a los problemas derivados de gestionar una plataforma donde cualquiera puede poner lo que desee. Las imágenes de ataques a menores grabados con móviles, amenazas de muerte, violaciones a la intimidad de los ciudadanos o contenidos pornográficos muestran la dificultad de filtrar esta plaza virtual que recibe más de 13 horas de vídeo por minuto. En ese sentido, la autogestión a cargo de los usuarios ha sido clave, en consonancia con el espíritu de Google, donde proclaman sin descanso que «el usuario es el rey». A los hechos se remiten: «Gracias a las herramientas de la web para marcar y denunciar contenidos hemos llegado a suprimir vídeos en menos de 30 segundos», añade Ferreras.


Pero YouTube es mucho más que eso. Cortometrajes, contenidos de carácter político, como un debate electoral que Ferreras impulsó en las últimas generales, o casos como el de Lo que tú quieras oír, corto de Guillermo Zapata convertido por obra y gracia de YouTube en fenómeno mundial con casi 77 millones de visionados, el tercer vídeo más visto del portal. «Es apasionante. Aquí todo vale», afirma Conchi con entusiasmo.


Rodeados de googliness y buen rollo es difícil no confiar en esta gente, pero no podemos olvidar que guardan infinidad de datos sobre nosotros: saben todo lo que buscamos en la Red, lo que nos decimos por e-mail o cuáles son nuestras preferencias. Por eso es vital que sean tan buenos chicos como aparentan.


A la salida de la sede de Google, en el ascensor, regresa la visión de los yuppies encorbatados. Pocos sospechan que en la planta 26, incrustado en pleno centro del sistema, una empresa amenaza con convertirlos en una reliquia del pasado.

No hay comentarios: