martes, 6 de mayo de 2008

BALLENEROS Entre la tradición... ...y la matanza


Esquimales frente a japoneses. Las ballenas, vitales para la subsistencia de los inuits del Ártico, también son un negocio boyante para países industrializados, que con sus buques factoría depredan a estos cetáceos. Son las dos caras de una jornada particular en las heladas aguas del norte.



Para los inuit, llamados `esquimales´ hasta hace poco, la caza de ballena se remonta a los orígenes de su historia. De hecho, sin ella no habrían tenido historia; porque los inuits dependen de las ballenas para su supervivencia. En una tierra de dureza extrema y sin apenas recursos, los indígenas del Ártico esperan año tras año la llegada de los cetáceos al principio del verano. Es una espera incierta porque cada año las ballenas llegan en menor número. Y, para dificultar la espera, el calentamiento global provoca que el hielo ártico se derrita antes y la banquisa se haga más inestable.


Cuando los primeros lomos negros se dejan ver sobre las aguas del mar, el pueblo entero se pone en movimiento. Armados de sus tradicionales arpones, salen en canoas confeccionadas con pieles de foca para tratar de capturar al mayor mamífero de la Tierra. Las nuevas generaciones aportan cotizadísimos adelantos: un rifle de segunda mano, un rudimentario arpón artesanal terminado en un proyectil de grueso calibre, un motor fueraborda... Las ballenas se localizan con la vista y los hombres salen a por ellas a golpe de remo. La caza lleva su tiempo. Y, en el intento, no es raro que alguno de ellos no vuelva. Pero cuando se consigue el trofeo, todo el pueblo lo celebra. Las ballenas les garantizan el aceite, la grasa y la carne que necesitarán para soportar, un año más, el larguísimo invierno ártico.


A algunos cientos de kilómetros de allí, otros cazadores de ballenas han localizado a su presa. Un barco japonés ha utilizado la información de los satélites y la más avanzada tecnología de navegación para localizar a un grupo de ballenas. El arpón explosivo que sobresale por la proa del barco les garantiza sus capturas. Y una vez muerta, el propio buque se convierte en una factoría que evita el tener que volver a puerto y les permite seguir matando. En el tiempo en que los inuits cazan, despiezan y almacenan una ballena, el buque japonés puede acabar con toda una familia de cetáceos. De hecho, podría procesar una ballena de cien toneladas en apenas una hora.


La Comisión Ballenera Internacional (CBI), encargada de regular la caza de ballenas se enfrenta cada cinco años a la difícil tarea de compatibilizar estas dos maneras de cazarlas. Por lo general, la CBI respeta la caza de subsistencia de los indígenas y les permite capturar los cupos que las comisiones científicas consideran sostenibles, mientras al resto de los países, con más recursos, se les exige que respeten la moratoria que lleva vigente desde el año 1986.


Pero, en la última revisión, que gestionará la caza de ballenas durante el periodo 2008-2012, nuevas presiones han venido a demostrar que el futuro de las ballenas es incierto. Mientras países como Japón, Noruega o Islandia –que no necesitan cazar ballenas para su supervivencia– siguen matándolas con la insultante excusa de que es con fines científicos, los inuits intentan incrementar sus escuetos cupos para asegurarse el alimento. Y mientras Amelia Jessen, delegada inuit de Groenlandia, intentaba inútilmente subir la cuota de 450 a 750 toneladas de carne de ballena por año para su pueblo en la última reunión de la CBI, Japón vende anualmente en sus mercados 5.560 toneladas de carne de las ballenas, cazadas ‘con fines científicos’; la venta, en euros, ronda los treinta y cinco millones.


Un pueblo cuyo principal recurso son las ballenas poco puede presionar a una comunidad internacional movida por fuertes presiones políticas y económicas. Pero resulta sorprendente que naciones que cuentan con un desarrollo intelectual parejo a su potencia económica no muestren la concienciación ecológica y la mínima sensibilidad para abandonar una industria que puede acabar con las ballenas y, por tanto, con aquellos pueblos que dependen realmente de ellas. Así, si en la última reunión Japón alegaba ante la CBI que sus poblaciones costeras tienen el mismo derecho histórico que los inuit, sus capturas ese mismo año superaron la demanda de sus mercados y tuvieron que utilizar el excedente para elaborar comida para perros.

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