viernes, 11 de abril de 2008

De ninfa a libélula


Durante el estío, las larvas se transforman en este odonato que vive y se reproduce junto a los ríos. La llegada del frío pondrá fin a su ciclo.

Es un prodigio de la biología. Puede volar hacia delante o hacia atrás. Arriba y abajo. Detenerse o girar 180 grados en pleno vuelo. Y alcanzar hasta 200 km/hora. La libélula, uno de los insectos más antiguos que sobrevuela España, es un animal con una vida compleja e intensa. Desde su nacimiento como ninfa hasta su transformación en libélula pasan cinco años, que emplea en alimentarse y crecer para llegar al momento de su conversión. Todo comienza con la fecundación de las hembras. Valiéndose de un gancho que tienen en la cola, las libélulas macho las atrapan por el cuello para inyectarles el esperma en su cavidad reproductiva. Cuando llega el momento de poner los huevos, las hembras buscan una zona tranquila y húmeda, introducen su abdomen en el agua y realizan una puesta de hasta 500.

De ellos salen las ninfas, de apenas un milímetro, que viven en el agua entre tres y cinco años. Durante ese tiempo se alimentan de insectos, a los que devoran con sus poderosas mandíbulas, y realizan hasta 15 mudas para convertirse en larvas. Llegado el momento, éstas dejan el agua, suben a una planta y dejan su sitio a un insecto diferente, de largo abdomen, enormes alas y ojos y frágil apariencia. Tras unos dubitativos primeros vuelos, la libélula empieza a comer para fortalecerse y reproducirse en los pocos meses que le quedan de vida hasta que llegue el frío. Y otra vez, vuelta a empezar.

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